El viaje lo comenzó a los once años, cuando deseaba ser como Cousteau, para poder nadar y bucear en las profundidades de su mar. Claro que todo esto era en su mente nada más. Ya cuando tuvo edad se preparó en la natación y deportes acuáticos. Pasaba mucho tiempo nadando en ríos y lagos cerca de su ciudad. Ya mayor, pudo realizar su sueño, hizo el curso con Prefectura Naval Argentina y se recibió de buzo, el placer era muy grande, el placer de ser lo que siempre quiso ser en la vida, como Jacques Cousteau. Se cansó de realizar incursiones en sus lagos y ríos, la diferencia era en que estas aguas eran de montaña, frías por su condición de deshielo. Entrenado al máximo, no había nada que no pudiera hacer, aguantaba casi cuatro minutos la respiración, bajaba a cincuenta metros de profundidad en apnea con sus propios medios, sin nada mecánico que le ayude a bajar ni a subir, la propia fuerza de sus brazos, piernas y pulmones le permitían, claro que los récords mundiales duplicaban estos números, pero el solo lo hacía jugando, por puro placer.
Llegó el tiempo de partir. Armó sus bolsos, pagó las cuentas y dejó sus papeles en orden. Llegó a Puerto Madryn en donde ofreció sus servicios en las operadoras de buceo, alquiló una casa cerca de la playa para no perder tiempo en llegar al mar. El primer buceo lo hizo solo, lo necesitaba, era la primera vez que veía el mar, en vivo y en directo, ya no era por la tele como en los documentales, lo maravillaron las olas que iban y venían, no se sabe cuanto tiempo estuvo mirando fascinado por el oleaje. Tomó su equipo y lo revisó nuevamente, se puso su traje de neoprene nuevo ya que el que usaba en la cordillera era muy grueso y en el mar no se necesitaba tanto abrigo. Se quita su gorro de lana rojo (igual que el que usaba Cousteau), entra al agua con sus dos botellones de aire flotando en el agua, la espuma del agua lo desoriento un momento, no podía ver nada debajo de la superficie, no era como su lago transparente, desilusionado se coloca los tubos en su espalda, comprueba una vez más el aire, no usaba chaleco compensador, Cousteau no usaba, el tampoco lo haría y no existía alguien que le dijera lo contrario. Se adentró nadando despacio y ya unos metros mas lejos pudo mirar y maravillarse por lo que su máscara de buceo le mostraba debajo de él. Algas, peces y coral lo poblaban todo, después de estar bastante tiempo sumergido, abstraído del mundo en su medio acuático, un tirón en su botellón de aire le causó pánico, lo primero que pensó en ese instante era que un tiburón le había dado una mordida al tubo, inmediatamente sacó el cuchillo afilado como bisturí que llevaba siempre consigo, aunque el cuchillo no era de buceo era el que usaba el grupo especial Albatros de Prefectura, este le daba mas tranquilidad que cualquier cuchillito de buceo que solo servían para abrir almejas. Una sombra paso veloz por un costado, esto le dio tiempo para ponerse en posición de esquive y apuntando el cuchillo en esa posición espero la embestida del monstruo. Grande fue la sorpresa al ver que el tiburón se había transformado en una hermosa lobita marina que se le acerco hasta la cara para olfatear la máscara. Tuvo que frenar la risa para que no se le caiga el regulador de la boca, lo que pensaba podrían ser sus últimos momentos, se convirtieron en momentos de gloria y diversión. La lobita por demás curiosa y simpática jugaba a las escondidas con el buzo, daba vueltas y vueltas y luego desaparecía, se volvía loco buscándola y no la veía, hasta que sentía un golpe en la cabeza y era ella que le golpeaba con una aleta, podría jurar que creía verle una sonrisa burlona en su cara llena de bigotes. Y así estuvieron largo rato, se dio cuenta que el juego terminaba cuando el animal se quedo en la superficie mirándolo un rato y con un resoplido se fue.
Así fue su primer contacto con el mar, maravillado y conmovido, pero eso no sería todo lo que viviría ese día.
Con los botellones vacíos tuvo que comenzar a nadar hacia la orilla, tanto descubrir y tanto juego lo había alejado mucho de la playa, la costa se veía lejísimos, pero esto no le asustaba, estaba acostumbrado a las experiencias extremas y siempre salió airoso de todas. De pronto sintió el peligro, tanto tiempo nadando en lugares peligrosos le sensibilizó los sentidos a tal punto que podía sentir los cambios de presión en el agua. Cuando miró por debajo de él lo que vio le hizo erizar la piel y no de frío, una masa enorme como torpedo apuntaba a él, automáticamente se quitó los tubos de la espalda, inspiró profundamente y se sumergió rápidamente para escapar del tiburón blanco, el perfecto asesino del mar.
El terror le duró unos segundos, en la profundidad en apnea estaba en su mundo y tenía completo dominio de su mente y su cuerpo, por lo menos cuatro minutos era lo que tendría para decidir su vida, su única oportunidad de poder sobrevivir. Sabía que la forma de atacar del tiburón blanco era dando vueltas alrededor de su presa y en el último instante con un coletazo potente atacaba de frente, la otra forma era atacar como un misil desde abajo. Tenía que prevenir esas dos opciones que usaba el blanco, el primer ataque lo hizo de frente, alcanzó a hacerle un corte con su cuchillo en la cola, lo cual fue mala idea ya que enfureció al escualo. Comenzó a sentir la falta del aire en su pecho cansado, los reflejos empezaron a fallar en la desesperación por el aire. El tiburón se preparaba para el ataque final cuando una sombra pasa por delante distrayendo un segundo al tiburón, esa fue su oportunidad, se movió a un costado y el cuchillo se clavo en su vientre haciendo un gran tajo por el cual las tripas se fueron escurriendo. Con prisa comenzó el retorno a la superficie, nunca fue tan exquisita una bocanada de aire como en ese momento. La lobita sale a un metro de distancia de él y resoplándole feliz y contenta se va mar adentro.
Agradeciéndole en silencio la ayuda, comienza a nadar hacia la orilla.