sábado, 24 de marzo de 2012

EL SACO NEGRO

Su corazón helado de sensaciones no podía derretirse así nada más. Hacía mucho tiempo que había perdido la capacidad de amar, la perdió cuando ella se fué, creía que algún día volvería a vivir esa sensación de electricidad en el cuerpo. Eso nunca pasaría.
En el supermercado elegía los alimentos al azar, para demorar más tiempo, intentaba poder mezclarse entre la gente sin sentirles miedo, pero la burda y patética imagen que tenía de si mismo hacía que terminara rápido las compras, elegía siempre lo mismo, verduras para la sopa y harina para hacer pan.
Lo hacía tan mecánicamente que no veía nada más que eso en las góndolas, daba varias vueltas sin mirar, o “mirando sin mirar” realmente perdido en la nada, su mente en blanco.
A veces se detenía en la sección juguetes, pero después de un tiempo logro convencerse de lo inútil que era aquello, no tenía dinero ni ánimo para comprar lo que no podía dar, vivía al día.
Sacaba un préstamo para pagar las cuentas y con otro préstamo pagaba el préstamo anterior y así en un círculo vicioso de jamás acabar.
Se convencía que todo cambiaría, ponía todas sus fuerzas en eso, pero al despertar en la mañana y sentir ese vacío en su habitación, el vacío de sus alma, las fuerzas se esfumaban y ya no le quedaba más que la rutina diaria, que también le ayudaba a no pensar.
Realmente no le importaba vivir, o quizá no sabía como hacerlo. Muchas veces intentó rescatar su alma, pero fueron tan vanos los intentos que lo dejaba siempre “para otro día”.
Y así pasaban sus días, sus tardes y sus interminables noches. Esa era la peor hora de su vida, la noche. Donde se atormentaba con pensamientos y recuerdos de lo que ya no podría tener o ver. Era un masoquista por elección, pero eso también le infundía fuerzas, el día que dejara de pensar en eso, sería el día que se dejaría morir de tristeza finalmente.
No podía hacer otra cosa que estar en su sillón viendo la televisión, aunque no veía realmente la programación, su mente volaba a todas partes, menos en la realidad. Aunque tomaba psicofármacos, necesitaba luz en su vida, no las pastillas recetadas para sus fobias sociales. El creía que no tenía la culpa y a la vez se sentía culpable de no llenar las expectativas de los demás por su forma de ser.
Tal vez era el temor al no confiar en nadie, ya que no confiaba ni en el mismo. Pensaba que las personas estaban mucho mejor sin su compañía y otras veces sentía que tenía tanto para dar, solo que vivió una vida muy triste y abandónica en su vida, que luego siguió siendo así por costumbre, ni cuando tuvo la oportunidad de ser feliz pudo aceptarlo. Le era más fácil seguir viviendo en la tristeza. Era lo único que conocía.
Intentaba pasar desapercibido y lo conseguía. Ya hacía un mes completo que no salía de su casa, ni lo necesitaba, solo iba a su trabajo, luego se encerraba. El médico decía que estaba deprimido, ¿quién es el médico para saber lo que le pasaba?, no vivía con él. No podía saber lo que le pasaba solo con mirar sus ojos tristes y desolados.
Hubiera deseado tener un mejor trabajo, en donde pudiera sentirse a gusto, feliz. Pero era lo que el “destino” le ofreció. Y se cagaba en el destino. ¿Por qué no se metía a joderle la vida a otro?
Ya tenía suficientes tristezas encima para seguir aguantando sus desaires.
El ruido de personas en la entrada lo sacaron de sus pensamientos turbios y dolidos. Se ajusto la corbata y se puso el saco negro, se miró al espejo, con sus cuarenta años aún sacaba suspiros en las mujeres, solo que ya no le interesaba conocer a alguien, no podría soportar otro abandono por su imbecilidad o la de ella. Se puso el saco negro, un pañuelo al tono en el bolsillo superior, se pasó el peine una última vez y se encaminó a la sala, en donde tendría que servir y atender a los deudos que lloraban al muerto.

sábado, 17 de marzo de 2012

LA MUJER DE SUS SUEÑOS

Se sorprendió al verla, era una mujer imponente.
Su largo pelo enrulado era como el agua en el desierto para él, tuvo el impulso de pedirle le deje tocarlo, ya que nunca había visto algo tan hermoso en su vida, y era verdad.
Sus piernas firmes marcaban el ritmo de la caminata, se podía vislumbrar la belleza de lejos, el conjunto en sí era fabuloso. Una calza ajustada que quitaba la respiración, no porque le quedaba como pintado en su piel, si no porque le hacía soñar con una piel sedosa y firme para amar.
Sostuvo la respiración un momento, para que nada interrumpiera esa visión, ni siquiera sus latidos. Una remera clara resaltaba su piel apenas bronceada por el verano, pero no era todo esta mujer lo que le quito el aliento, era su rostro lo que lo dejó embobado, al mirarla fijamente un segundo a la cara pudo grabar cada parte y cada imperfección que tenía, esa imagen quedó grabada para siempre en su memoria, era muy observador. Había conocido muchas mujeres a lo largo de su vida y cada una tenia algo que la destacaba en si misma. Pero de esta mujer no podía decir que era lo que le atraía desde el primer momento. Era el todo, era ella misma. Muchas mujeres le gustaron, pero de ninguna se enamoró realmente, no eran para él.
Pero esta visión andante lo había dejado pasmado, recorría en su mente los rasgos grabados a fuego en su cerebro, los recorría una y otra vez; y le agradaba.
Su voz era como la de un jilguero, hablaba rápido sin abrir mucho la boca y el se divertía tratando de seguirle el ritmo a su charla veloz. Pero su sonrisa…cuando sonrió se iluminó todo a su alrededor. Pudo sentir como el sol se opacó al sonreír ella. Su sonrisa le recordó la paz que le daba mirar el lago, como se perdía en la profundidad de las aguas, soñando despierto con hadas del bosque. Esa sonrisa le curo el corazón atormentado por la vida.
Era inteligente, las palabras las decía perfectamente y pudo sospechar que hubiera sido una gran profesional ejecutiva en alguna empresa si hubiera querido.
Tuvo un atisbo de temor, miedo a enamorarse de esa mujer inteligente y atrevida en su caminar, pero ella volvió a sonreír y el temor se fue volando junto con los pájaros de la plaza en donde estaban sentados en la sombra fresca.
Siempre vivió con miedo, miedo de vivir. Pero esta vez pensó que sería bueno comenzar a reír otra vez.
Se sintió extrañado que una mujer así estuviera sola o a los dos les pasaba lo mismo, esperaban que el destino disponga la persona justa para sus vidas.
Sintió ganas de acomodarse en su regazo, acurrucarse en ella y sentir que su hermoso pelo cayera como una cascada en su rostro, para dormitar en sus brazos, sin pesadillas ni temores.
Pero el tiempo pasó, el mediodía pasó, cada uno volvió a sus tareas cotidianas prometiéndose verse en otro momento para seguir charlando. No sabía si volvería a verla, el destino se encargaría de eso, pero si eso no pasaba, podía decir que una princesa de un cuento de hadas le sonrió.
Al despertarse se dio cuenta que era solo un sueño, intentó dormir para volver a encontrarla pero fue en vano. Se quedó mirando el techo el resto de la noche, pensando en la mujer de sus sueños.