viernes, 27 de agosto de 2010

UN BUEN COMIENZO



Se vistió rápido, un mensaje de texto por demás elocuente la sumió en una angustia total por el encuentro. Pensaba que porque no fue mas tiempo al gimnasio, debería haber dejado las facturas, pero eran tan ricas y llenaban su mente y su cuerpo ya que no podía complementarlo de otra forma como hubiera querido. Noches soñando ese momento que en su cabeza daba vueltas y no la dejaba dormir. Quiso quitarlo de su vida pero no pudo, vivió miles de historias, pero nunca como esa, los otros solo fueron sexo para pasar el rato e intentar arrancarlo de su corazón. Pero todo fue en vano, una y otra vez rememoraba sus encuentros y comparaba, hubiera cambiado muchas horas con otros hombres por solo una sonrisa de él. Pero el momento había llegado. Luego de bañarse a las apuradas y depilarse completa, acariciaba su cuerpo presintiendo lo que iba a suceder, sus manos sobre ella. La suavidad de su piel en llamas por las caricias prometidas durante años, serían reales ahora. Al mirarse al espejo para maquillarse pudo observar las ojeras por no haber dormido durante noches a la expectativa de su llegada. Se sonrío y las arrugas de sus ojos le devolvieron la cordura, maquillarse como una cualquiera no era la solución. Solo un poco de rouge rojo furioso, como para que mire sus labios y no los surquitos de la frente. Era una mujer pisando los cincuenta. Y se sabía hermosa, pero la soledad la atrapo hace años, de la cual no pudo escapar. Miles de veces soñó como besaría o que haría con otras mujeres en la cama. Y eso la ponía celosa, era de ella y nadie más, pero la distancia era cruel y se desquitaba estando con otros, haciéndolos sufrir por su soledad, usándolos, haciéndolos descartables. Meros cuerpos en su cama. Pero cada vez que lo hizo su pensamiento era con él, imaginando que era su hombre el que la poseía, la que la hacía suspirar de placer en cada momento. Cientos de veces besada, pero los labios eran otros, era él.
Luego de ponerse un vestido de gasa transparente que quitaba la respiración, pensó que con ese vestido era inevitable que se entregaba. Pero eso lo hizo el mismo momento que lo conoció. Un escote que dejaba a la luz más de lo que cualquiera hubiera dejado ver, ni un asomo de vergüenza sintió. La ropa interior quedó guardada en el cajón, no hacía falta más, con eso era suficiente para demostrarle todo lo que sentía y deseaba. El ruido de un auto le cortó el aliento, por un momento quedó helada, más allá de la razón, temblando se acerca a la ventana y lo ve con su teléfono, al instante entra un mensaje. El rubor subió a su cara y se quedó allí un buen rato, era como un ocaso en el mar lo que sentía. Luego de acomodar sus pechos que se escapaban del escote y mirarse en el espejo para ver su silueta desnuda a través del vestido, toma sus llaves y abre la puerta. Un hombre joven de unos cuarenta años esperando con un ramo de rosas ante ella. Sus ojos verdes brillantes la dejaron muda, su bronceado hablaba de muchas horas al aire libre. Solo se escuchó un suspiro largo que salió de los labios de ella. Se miraron mucho tiempo, años después recordando, creyó que duró horas esa mirada de reconocimiento. No hablaron, el momento era más profundo que cualquier palabra que pudieran decir. El no la quiso mirar, la desnudez del vestido era insoportablemente deliciosa. Al subirse al auto se da cuenta que no encendió las luces de la casa, era tarde y volvería más tarde aún. Al entrar en su casa una sonrisa iluminaba su cara y su alma, este era el hombre que tanto esperó por años que apareciera en su vida. Y lloró, las lágrimas de emoción caían abundantes y lentamente, hacía años que no lloraba así. Durante diez minutos interminables dio rienda suelta del llanto. Sabiendo que se impacientaría por la espera, fue al baño y se lavó la cara, se quitó el vestido y se puso un pantalón y una remera. Tenían mucho tiempo para hacer el amor en su casa o en su hotel. Pero este momento era de ella y no de su cuerpo. Las arrugas se marcaron más con su sonrisa al salir de la casa. El la esperaba apoyado en su auto mirando como obscurecía el cielo. Todo era perfecto, se tomaron de la mano y fueron caminando hacia la playa. Era un buen comienzo.



Gabriel
27/08/10

viernes, 13 de agosto de 2010

LUNA LLENA

El sol iba escondiéndose en la montaña y las aguas se iban aquietando. Un niño temblaba de frío entre las rocas muy cerca de la orilla del lago. Días atrás acampaba con su familia en el bosque, cerca de un despeñadero. Felices transcurrían los juegos con su hermana mientras sus padres tomaban sol o paseaban entre los árboles. Hasta que llego el día fatal.
Decidieron ir temprano de compras a la ciudad, un poco de harina para el pan de la noche y frutas frescas para el día. El padre pensaba en el asado que haría a la noche relamiéndose de antemano. Pensando en estas cosas al arrancar el auto no comprobó primero el estado del terreno, estaban al borde del abismo, demasiado cerca. Al quitar el freno de mano el auto se mece suavemente hacia atrás, el hombre acelera para poder salir pero no contaba con el rocío matutino. No eran gente acostumbrada a la naturaleza, eran personas de ciudad. Un golpe de adrenalina al cuerpo le da milésimas de segundo para responder a lo que estaba sucediendo y cometió el error más grande que podría hacer, aceleró a fondo. Patinando ya en el barro el auto fue tomando cada vez más impulso hacia atrás. Mujer y marido se miraron un instante, sabiendo que no había como escapar. Mientras caían por el acantilado pensaban en sus hijos y en la forma estúpida que los mataron.
El niño de diez años abrazó con fuerza a su hermanita de ocho acariciándole con ternura el pelo, para que no pudiera ver como caían. En esos cinco segundos eternos que tardaron en caer, cruzó una mirada con su padre. Los ojos llenos de pavor y culpa.
El golpe no fue fuerte, pero si ruidoso. Se pudo escuchar un eco retumbar por todo el lago, los pocos pescadores que había en la zona declararon luego al comisario que no prestaron importancia al ruido, pensaron que fue algún pino o ciprés viejo que se vino abajo. No era la primera vez que sucedía esto. La lejanía del paraje hizo que la búsqueda de los turistas tardara un mes en comenzar.
Ya era otra noche más que el niño estaba ahí. Perdió la cuenta cuantos días habían pasado del accidente. Pero el hambre y el dolor de sus heridas no le preocupaban. Tenía miedo de pasar una noche más solo. Los animales carroñeros dieron cuenta enseguida de su familia mientras el observaba sin poder hacer algo al respecto. Los buitres de la zona daban vueltas en lo alto, macabros pensamientos tendría el niño que se ponía pálido al escuchar ruido de aleteos. No podía soportar una noche más, a la espera que los animales lo coman vivo.
Con mucho dolor, comenzó a moverse y arrastrarse en dirección al lago, luego de varias horas y casi sin fuerzas por las fracturas y la pérdida de sangre pudo llegar y tomar unos sorbos de agua fresca que calmaron su sed y aclararon su mente. La noche había llegado hace rato mientras el descansaba. Con un último esfuerzo se fue internando en el agua mientras la luna llena comenzaba a iluminar y desaparecía el niño en la profundidad del lago.


Gabriel