sábado, 27 de julio de 2013

LA SOGA



Mientras hacía el nudo de la soga en su mente buscaba motivos para no hacerlo.
¿A quién mierda le va a importar?
Seguramente los de telefónica y movistar si llegaran a aparecer con una boleta –se contestaba con una risita taimada.
En el trabajo seguro que se dan cuenta al toque, cuando tengan que dar parte de los que faltaron.
Y con los vecinos no tengo más trato que un saludo ocasional cuando nos cruzamos, pero nada más. Así que tampoco en el barrio lo verían.
La familia, bueno, es algo especial, no tengo trato con mi familia, de mi padrastro mejor ni hablar, siempre tuvo palabras para los demás, pero para mí…silencio siempre. No es mi culpa que haya tenido que cargar con el hijo de su mujer (o sea yo) pero era el paquete completo, mujer+ hijo. Y si su mujer no quiso darle hijos, bue que se joda por pelotudo ¿no? No es mi culpa.
Y la relación que tenía con su madre era por demás neurótica, le comió el cerebro desde que tenía uso de razón, pero si el pobre tipo tuviera que entrar en detalles toda la tortura que fue soportar a su madre, sería un cuento interminable y le pasaría el trapo a Norman Bates. Tampoco se darían cuenta.
Así que no había mucho por decir, una ex pareja, la mujer que más amó se había transformado en la peor puta y más bajas de las mujeres, compararla con escoria era insultar a la escoria misma, con hijos como sanguijuelas que solo les importaba la droga, la joda y el dinero fácil, el oro y el Moro. Y de decepciones ya tenía mucho, ver en lo que se había transformado su amor, con todo lo que sabía y callaba, era aberrante en realidad. Su corazón se terminó por derretir. Dejó de verla. Tampoco lo vería hacer eso.
No había nada ni nadie que se lo impidiera.
¿Amigos?
Pocos y cada uno con sus propios dramas, para que ir a molestarlos con pequeñeces. Lo que iba a hacer en realidad era insignificante para los demás.
¿Hijos?
Nunca quise tener, ¿para qué? Para que al primer drama o alguna boludez se escape con mis hijos de la misma forma que hizo mi madre conmigo? Ya lo viví una vez, no pienso que se repita otra. Yo ya se lo que es que huyan con un hijo de los dramas para no enfrentarlos valientemente, es mejor escapar dicen. Yo fui alejado de mi padre en la distancia, la peor ofensa contra un padre. Así que no le pienso dar la oportunidad a alguna perra que haga lo mismo conmigo. No tenía hijos que le vieran así.
Se dio cuenta que mientras pensaba en estas cosas había dejado de armar la soga. La miró unos segundos y empezó a reírse.
-Que vida de mierda tenemos. Se había vuelto un poco filosófico.
Nacemos, sufrimos como un perro para crecer estudiar, trabajar y morir como el más pelotudo de todos….de viejo.
Es ridículo si nos ponemos a pensar, ¿qué sentido tiene la vida? Ninguna.
Tenemos hijos para condenarlos a muertes, si, a muerte. Del mismo momento en que nacen, le ponemos fecha de vencimiento a los pibes.
QUE PELOTUDOS SOMOS.
O sea, si no tenemos hijos, me ahorro de enviarlo a la muerte. Total como morimos primeros que ellos, nos ahorramos la culpa. Jaja que hijos de puta somos. A no ser que se mueran antes por nuestra culpa, por no saberlos criar correctamente y terminen en la morgue… ¿no?
En fin, la vida es una paradoja que ni el mismo Dios al que todos le hablan y rezan, no se digna a contestar la pregunta más fácil de responder para poder tener una vida con SENTIDO.
¿POR QUÉ MIERDA VENIMOS AL MUNDO?
Pero ni él la debe saber, debe estar jugando al metegol con las cabezas de los decapitados en los accidentes de tránsito. Que si lo ves de dos formas: o él quiso que se hagan mierda, o él los hizo mierda.
Pura filosofía existencial.
En realidad todos sabemos que Dios no existe, solo el la demostración metafísica de la necesidad que todos tienen de saber que su vida no ha sido en vano, inútil. Entonces inventan un Dios para poder creer en algo, para poder vivir eternamente luego de morir.
Por eso ni me gasto en pedirle ayuda al pelotudo ese. Para que luego me vengan los evangélicos a decirme que Dios te dio libre albedrío jajaja que risa.
Claro, cuando el cirujano le salva la vida a uno, la familia dice gracias a Dios, gracias a él se salvó. Ma que gracias a él, se salvó porque el médico estudió años para hacerlo.
Eso sí, si el médico se equivoca, le hacen juicio por mala praxis. Pero, ¿cómo, no fue Dios entonces el que se equivocó?
¿Por qué carajos estoy pensando todas estas pelotudeces?
Al final no voy a terminar más.
Dicho esto se levantó de un salto del piso, se fue hasta el patio, tiró la soga arriba de la rama más gruesa (debía soportar todo su peso, que no era poco) y empezó a atarla con toda paciencia para que todo sea perfecto.
Cuando todo estuvo como el quería, suspiró profundamente y se encaminó a su destino.
Su cuerpo se mecía fuertemente aún cuando se escuchan pasos que llegaban hasta él.
-¡GA!...¿qué haces así?
Nada, armé una hamaca, tenía ganas de volar alto, casi puedo ver el patio del vecino de tan alto – le dice riéndose como un nene.
-Pero vos sos boludo, estás en bolas tarado de mierda. Le dice furiosa y medio riéndose por la situación.
La verdad que verlo con la panza moviéndose para todos lados con el impulso, la lengua afuera con los labios manchados de saliva por la excitación. Era comiquísimo.
Era escatológico, ni el mismo Dante podría describir esa escena.
-Es mejor así, el viento parece llevarte.
-Sos un boludo –fue la respuesta de ella.
Movió la cabeza desesperanzada y se metió en la casa. Sacó las cosas que compró en “Ladrónima” y se puso a cocinar, cada tanto miraba por la ventana y lo veía columpiarse desnudo en la hamaca que habia fabricado.
Movió la cabeza desaprobando la situación. Siguió preparando las milangas con un rictus en la boca.
Hasta que empezó a reírse. Pero reírse de en serio, tanto que empezó a gruñir como los chanchos con cada respiración entre las risotadas. Cuando se calmó un poco. Miró por la ventana largo rato.
Se acercó al sillón y fue dejando sobre él toda su ropa, abrió la puerta y corrió desnuda hasta la hamaca y se quedó esperando.
Que fuera su turno.

Gabriel.

miércoles, 24 de julio de 2013

EL HOMBRE DEL BOSQUE


 Tenía un pantalón gastado por el uso, un pullover grueso para el frío y una sonrisa bonachona que ilumino la llegada. Me esperaba a la vera del camino para que no me perdiera ya que fueron veinte kilómetros en senderos montañosos y fangosos por el clima.
Así estaba esperándome el hombre del bosque.
Ese fue el nombre que cariñosamente le puse en mi mente. Este hombre me invitó a su casa y a conocer su pequeña imprenta, perdidos las dos cosas en Mallín Ahogado, pleno bosque helado y congelado por el invierno. No había una entrada, era un sendero cuesta abajo nada más. La casa no era grande, pero toda de madera rústica. Al entrar creía que estaba en una de esas que uno puede leer en alguna novela sobre los hombres rudos de Alaska, combatiendo los inviernos crudos y sobreviviendo gracias al carácter.
Pero estaba alejado de la realidad, era un lugar al estilo Dickens, frío pero agradable. Infinidad de cosas en por todos lados, una rueca con una lana a medio terminar, semillas de calabaza secándose y un gato que rogaba por unas caricias. En un momento casi me sentí dentro de un agujero Hobbit.
Saludé a su señora y al hijo, pocas palabras, pero es típico de alguien que está acostumbrado a tener visitas conocidas y yo ahí resaltaba como un citadino en una granja. No dejaba de ser un extraño, desde mi punto de vista, ya que me hicieron sentir como en mi casa.
Luego de charlar y unos pocos mates, la conversación de literatura fue derivando hasta terminar en una charla filosófica de la vida y las enfermedades. Lamentablemente en su familia también vivían luchando diariamente con una enfermedad, en este caso grave.
Sus ojos claros como el cielo que empezaba a obscurecer, no tenían un dejo de bronca o tristeza, lo que deba ser, será. Esto me recordaba la frase de Alana en “El Faro”.
Hacía frío, aunque cada tanto ponía un palo de leña al fuego, se sentía bastante el frío, ellos estaban acostumbrados.
El hombre me caía muy bien, como se dice “es buena gente”.
Pero me sentía insignificante a su lado, le escuchaba atentamente lo que decía, su manera simple de ver la vida. Que la vida es finita, hay que vivir el hoy, mañana podría no llegar.
Sus palabras me taladraban el cerebro, me daban vueltas, intentando asimilarlas. Tenía mucho conocimiento sobre terapias alternativas oncológicas. Todo natural, sin venenos. Y sentí como deseaba realmente de corazón que algo me hiciera efecto, ya que para él había que buscar la raíz del problema, el motivo por el cual uno está enfermo.
Y eso mismo es la solución.
¿Cuántas veces habremos tenido estrés por problemas en el trabajo, en la familia, en el amor? Y terminamos enfermos de cuerpo y alma. Repercute en nuestro cuerpo.
La teoría de la Terapia Neural, es esa. Tan sencillo como difícil. Ya que debemos llegar a fondo en nosotros mismos para entender el problema.
Y de ahí también parte sobre las Relaciones Toxicas bien explicadas por los psicólogos emocionales.
Es un círculo vicioso.
Poco a poco fui dejando de hablar y solo escuché. Lo escuché a él.
Antes de despedirme le di mi libro y le expliqué el porque del libro. Sus ojos claros perdieron un poco de brillo al escucharme. Como siempre me pasa, se me atraganta la saliva al contar la historia de porque escribí ese libro. Yo tengo memoria, no olvido ni olvidaré quien es El Faro. Aunque sea una historia mal contada, mal narrada y hasta plagada de errores por culpa del editor (perdí plata) la idea es que la gente supiera que el amor que había en mí podía ser escrito.
Creo que el hombre lo entendió.
Cerramos trato para terminar y editar la segunda parte de “El Faro”, volví a Bolsón contento, feliz de terminar la historia y triste, porque es el fin de esta novela. Aunque el primer libro fue editado y a nadie le intereso este tributo (ni siquiera por la memoria de para quien fue escrito se interesaron y realmente lo boicotearon) por eso, esta segunda parte la escribí para mí. Es el libro que me gusta, lo disfruté al escribirlo, y como con el anterior, lo compartiré con la gente.
El Faro termina aquí, pero los personajes como en todas las historias tienen vida propia y algunos de ellos rondan por mis blogs, solo es cuestión de saber leer entre líneas, interpretar al autor y llenar los espacios vacíos con sus propias conclusiones.

Esta historia la cuento en primera persona, ya que así la viví.

Gabriel

lunes, 8 de julio de 2013

EL FANTASMA



El fantasma no le dejaba en paz, no era de esos que asustan, no podía aún catalogarlo, pero no le causaba miedo.
Andaba por la casa como si fuera suya. El hombre se había mudado hacía un par de semanas y ya desde la primera noche lo vio rondar por la casa.
En realidad daba lástima el tipo. Se nota que se había ahorcado porque un pedazo de cuerda todavía lo tenía atado en el cogote. No hacía ruido al caminar, pero lo que le sacaba de quicio era sus lamentos, quejidos y lloriqueos. A veces en medio de la noche se levantaba y le gritaba que se callara, lo que el fantasma contestaba con unos sorbidos de mocos y como que se limpiaba la nariz en algo, por el ruido acuoso que hacía.
Tenía miedo de contárselo a alguien y que le tildaran de loco. Porque la cosa es así, si uno habla con Dios: se lo considera una persona muy religiosa, ahora si Dios te contesta: ¡Estás loco!
En resumen sería lo mismo, la gente cree en fantasmas pero si alguien ve uno, está al horno. Seguro se lo llevan al loquero.
Así que no le quedaba otra cosa que fumárselo al maldito fantasma quejoso.
Una noche de insomnio más era en donde ya la crisis de falta de sueño le taladraba la cabeza, agarró un secador de piso que tenía siempre a mano para sacar los charcos de lágrimas que dejaba el fantasma mariconazo y salió de la habitación a buscarlo, lo encontró justo en el comedor de espaldas a él.
El primer varillazo le dio de lleno en el lomo a lo que el quejoso, empezó a quejarse en serio. El segundo secadorazo fue en la oreja, el quejido se transformó en chillido. Y así le siguió dando por todos lados hasta que el tipo se cansó. El fantasma retorciéndose de dolor en el suelo, se agarraba la cabeza, la panza, las orejas, mientras que el dueño de casa le dice:
-Ahí tenés pelotudo, ahora quejate de verdad, maricón. Y si mañana a la noche seguís con lo mismo, te voy a dar con el rebenque amansa suegras que tengo colgado en el comedor, que seguro a vos te va a servir igual.
Se encamina a la habitación, pero se arrepiente vuelve a donde estaba el otro tirado y le da terrible patada en el traste.
-Fantasma del orto –le dice enojadísimo.
Se acostó en su cama e inmediatamente se durmió.
El fantasma no apareció a la otra noche, ni a la otra, ni a la otra noche.
El amo de casa estaba feliz, nada como unos buenos lonjazos en el lomo para enderezar a cualquiera.

EL PARQUE



Le dio y se dio otra oportunidad, sabiendo como sería. Su mirada fría y distante le dijo que no volvería con él. Ella se hizo fuerte cuando el se alejó. Tuvo meses para recuperarse y enfrentar a la vida como hacía todos los días cuando se fue. Pero ahora era el momento de su venganza. Sabía que ignorándolo no borraría lo que sentía, pero se engañaba a ella misma. Creía que haciendo eso, le pagaría con la misma moneda.
Estaba equivocada.
Había tomado una decisión, la más dura. Seguiría como años atrás, cuidándola desde las sombras, interesándose por su vida y lo que hacía. Ella era feliz sin su presencia, ¿por qué molestarla entonces?
Sabía el error de llamarla, contactarla de nuevo, pero durante años se contuvo para no hacerlo, necesitaba justamente lo que ella le ofreció, desinterés. Para poder seguir con su vida. Cuidándola de alguna forma de lejos, haciéndole el camino más fácil.
A veces la veía en la calle y el corazón se le estrujaba como un trapo.
Un día la vio, corrió hasta ella para decirle, contarle mientras recuperaba el aliento, que él no había desaparecido, solo le habían cortado el teléfono, y luego ya era tarde, el mensaje de adiós le llego a su celular y no pudo defenderse.
Era mejor así.
Años después se cruzaron en un parque, el solo como siempre sentado en el céspéd, ella de la mano con un joven. Primero sintió tristeza, luego felicidad.
Tristeza porque al verlo, sus ojos se transformaron en el mismo desinterés, desdén forzoso con que años atrás le había mirado.
Felicidad porque se dio cuenta que esa mirada era falsa, en el fondo aún había amor en ese corazón. Aunque le mirara con odio, ella misma se engañaba.
Cerró el libro que estaba leyendo, lo guardo en una mochila y con esfuerzo se levantó, la miró una vez más mientras desaparecía a lo lejos de su vista, un chico sentado cerca le ayudó a levantarse y subirse a la silla de ruedas. Se fue solo a su casa.
Era mejor así.