viernes, 24 de febrero de 2012

MAR ADENTRO

El barquichuelo se movía lento casi en cámara lenta al salir de puerto, el muchacho parado en proa agarraba un cabo fuertemente para no perder el equilibrio, una mano sobre su frente a modo de visera para que el sol no le quemara los ojos al otear el horizonte. Esta pose había sido estudiada de antemano, las decenas de turistas que se encontraban aburridos en los alrededores esperaban con impaciencia la llegada o salida de algún barco, por más pequeño que fuese. Sabía que al hacer eso gesto, muchas cámaras digitales y celulares lo enfocarían y quedaría inmortalizado, sus mentes quizá olviden el paso del minúsculo bote pesquero por sus vidas, pero al ver las fotos años después recordarán al muchacho que parecía el capitán Ajab buscando su ballena blanca sobre la proa. A veces se arqueaba un poco hacia atrás para parecerse a la escultura “ El Indio” que está en Puerto Madryn donde la gente pasa solo para sacarse fotos. Los pescadores más viejos de los otros botes hacían chanzas a costa suya. Cuando le veían pasar le gritaban cosas como: “Hacete la pose de la tonina herida”, cuidado no te vas a caer por hacerte “El Indio”. El le contestaba diciéndoles que gracias a esas poses el dormía con turistas hermosas todas las noches y no con “cornalitos” como otros pescadores que no quería nombrar. Luego de contestaciones así, seguían con las chanzas un rato más. En realidad le querían tanto que era la forma que tenían de expresarle afecto, eran duros los hombres de mar.
Estaba atardeciendo, era normal que los barcos mas chicos salieran a esa hora, tardaban mucho más en llegar a la zona de pesca que los grandes pesqueros, preferían llegar temprano antes que los gigantes arrasen con todo.
Las gaviotas no los acompañaron en su salida porque estaban muy entretenidas con los deshechos que había en el muelle, y eran expertas ladronas, no necesitaban ir al mar.
El muchacho ahora tomó su posición apoyado en el mástil hasta que anocheciera, le fascinaba como se veía mar adentro el ocaso, solo quien lo vivió podría saber de que se trata. En algún momento se fundían el mar y el cielo, de azul intenso a un celeste pálido pasando por el rosado y por último el rojizo intenso. Miraba y no sabía donde empezaba uno o terminaba el otro, era la perfecta simbiosis entre el cielo y el mar. Y esa función jamás se la perdía. El ocaso daba paso al espectáculo más grande que jamás viviera, para explicar lo que sentía lo comparaba con algo casi tan hermoso como cuando sostuvo en brazos a su hija por primera vez. El rojo furioso se iba obscureciendo hasta llegar al negro absoluto, con la aparición de las estrellas y la vía láctea, él decía que era la estela del polvo mágico del Hada que lo cuidaba, esta dejaba un camino iluminado para que no se perdiera.
En sus ojos verdes claro se reflejaban millones de luces intermitentes, que ni siquiera las lagrimas inevitables que rodaban por su cara podían enturbiar esa visión. Los marineros le dejaban tranquilo, sabían que mientras estuviera ahí cuidando la ruta de pesca ellos podrían preparar los aparejos y estar atentos a las advertencias del muchacho vigía.
El mar estaba en calma, pero el mar tiene mal genio, su humor va y viene, puede refrescar el rostro con su llovizna fresca, como helarte en sus furiosas tempestades.
Y por eso, ellos se jugaban la vida al salir cada día, le entregaban sus vidas al mar, este decidiría cuando tomarlas.
La suave brisa tenía un olor y sabor distinto esa noche, giró su cabeza para mirar atrás por encima de su hombro, ya sabiendo de antemano lo que vería. Las nubes negras como la obscuridad misma, eran iluminadas por un relámpago lejano y solitario, miró un instante más en busca de otra luz. Sabía que había detrás de ellos y no quería mirar hacia la proa. En pocos segundos comprendió que ese relámpago solitario era solo la cola de la tormenta que era batida en la costa por la furia huracanada, el monstruo estaría adelante y por estribor. No era necesario calcular las posibilidades, con la calma del que solo comprende lo que pasará pudo gritarles a los viejos una sola palabra, la mas temida por ellos, “tormenta”.
Las cabezas protegidas con gorros de lana se alzaron y miraron hacía atrás, para saber si podrían volver a costa antes que caiga sobre ellos el aguacero.
Al tener cortado el escape, deberían acelerar antes que los vientos les ataquen de costado la nave. A pesar de ser pequeño el bote la “Santa Lucía” poseía un motor diesel potente para cortar las olas de más de diez metros. El viejo dueño del barco pasa al lado del muchacho y le palmea el hombro en señal de agradecimiento y sube la escalera que lleva hasta el puente, desbloquea el timón y gira unos pocos grados hacia babor, para tener la ventaja del golpe de las olas para ganar unos nudos más de velocidad.
Los demás hombres comenzaron a fumar sus pipas, para calmar los nervios y para saciar el apetito que tenían por el tabaco aromático. Empezaron con sus historias de tormentas y de las formas en las que escaparon, debatían de qué manera se debían abordar las olas gigantes y maniobras de despeje de agua de cubierta, podían estar horas así. Pero solo era la forma que tenían para ocultar sus temores. Como buenos hombres de mar, no demostraban emociones, eran duros y secos de palabras.
El muchacho seguía en su puesto de vigía, atento al movimiento de las aguas y el bote. Estaban a solo cincuenta o sesenta kilómetros de la costa, pero se internaban mar adentro, viajaban casi en diagonal escapando al frente despiadado de la tormenta. Cuanto más lejos de los rayos mejor, la mayoría de los hundimientos en alta mar en tormenta eran producidos por el incendio que provocaban los rayos en cubierta o mástiles. Las nubes pisaban sus talones, casi podían sentir como el aire era más tenue, el cambio de presiones generadas absorbía el aire y provocaban los vendavales que giraban los barcos más grandes como si fueran trompos.
Un grito de triunfo se escucho en la proa, todos los hombres se abalanzaron para mirar esperanzados, el viento cambió de dirección y la tormenta tomó un rumbo distinto al de ellos.
Con una sonrisa socarrona apagaron sus pipas y siguieron acomodando los aparejos, sonreían porque habían apostados sus vidas y ganaron.
El muchacho suspiró aliviado y mientras pensaba en el puerto y los turistas de verano siguió oteando el horizonte.






PLACA RECORDATORIA EN EL MONUMENTO A LOS MARINEROS PERDIDOS EN ALTA MAR (PLAYA UNION-RAWSON-CHUBUT)

lunes, 20 de febrero de 2012

SOLEDAD


Suspiró de la forma que solo lo hacen los corazones abandonados, desahuciados, tristes y agobiados por el peso de la soledad.
Porque la soledad no es lo mismo que ser solitario, lo último es por opción. El primero es por destino. El destino que se interpuso en su camino, ese destino infame del cual nadie puede escapar. Así se sentía el, preso en un universo en donde convivía con su propia sombra que a veces hasta le esquivaba. Su corazón estaba tan acongojado que nadie le hubiera creído si le contaba que por dentro de él corría un río de angustias y sus riberas eran bañadas por el amor que tenía y no podía dar a nadie. Pero nunca estuvo solo, siempre rodeado de gente, pero se sentía solo. Hasta acompañado se sentía sentado en un desierto, realmente era como si le faltara algo, le faltaba su mitad. El tiempo era muy corto para él, cada día que pasaba era un día perdido en soledad. Ese sentimiento lo acompañaba a todos lados, era feliz dentro de todo, a pesar del vacío que tenía, a pesar de la falta de su hija. Afectivamente era como un cachorro abandonado, era muy joven para sentirse así. Le daban cariño por un tiempo, luego era traicionado y abandonado en la calle como cualquier otro cachorro del cual ya se aburrieron. Pero de eso ya se había acostumbrado, a las traiciones, partidas y tristezas. Lo que no podía soportar más era la soledad, soledad profunda e irreconciliable con el mismo. Lo cubría por completo, la gente le esquivaba, por miedo a contagiarse de esa obscuridad que lo absorbía.
Mendigaba charlas con la gente, no le importaba que fueran completos desconocidos, para el era un placer saber de otras personas, sus vidas, alegrías y decepciones. Pero nunca contaba su vida, no tenía mucho para decir, en realidad no tenía nada para ofrecer. Quizá por eso al poco tiempo la gente dejaba sus charlas y seguían con su vida, pero el no se atrevía a decirles que esa charla era un mundo para su mente, era recorrer otros caminos, ver por los ojos de los demás. Sentir el amor a través de otros, sentir el cariño por sus hijos, nietos.
Pasaba el día intentando vivir una vida de dolores, ausencias y sufrimientos, pero lo hacía con una sonrisa. Muchas horas buscando alguna palabra que lo saque de su hastío, de su encierro, de su celda, alguien que reviva su corazón y su mente aunque sea unos minutos, no pedía mucho a la vida, sabía que ya no podía pedirle más.
Volvió a suspirar, con un café en la mano se sentó delante de su computadora, el monitor de veintidós pulgadas le ofrecía el placer de ver Internet como en el cine, abrió sus paginas, eligió a alguien al azar, abrió el Chat y dijo: Hola!!!

sábado, 18 de febrero de 2012

NUNCA MAS


El odio que tenía era atroz, la furia carcomía su interior de tal forma que los puños apretados comenzaron a golpear una y otra vez la pared delante de él. Los nudillos sangrantes dejaron su impronta en la pintura salpicando hasta el techo por la fuerza de los golpes. El calor que sentía en las manos era menor que el que sentía en su cabeza, la ira roja iba subiendo para obnubilar los pocos pensamientos que le quedaban, hasta que quedo una sola idea, asesinarla.
La miraba desde la puerta, ella estaba en la mesa, fría y ajena a la locura que el hombre sentía en ese momento. Se había arrancado mechones de pelo en un arrebato de locura, quería sacar toda esa fuerza incontenible que parecía la caldera de un tren a vapor, listo para estallar por la presión.
Se acerco hasta ella, sus ojos rojos por la locura y el arrebato apenas podían ver, sus parpados se cerraron por el odio de tal forma que solo se veía una línea muy finita de sus ojos. Sus dientes castañearon furiosamente al tomar el cuchillo y un hilo de baba cayó por la comisura de su boca al mismo tiempo que clavaba la hoja en ella infinidad de veces, diez minutos después todo empapado por el sudor y el líquido vertido por la fuerza de las cuchilladas, tuvo un atisbo de conciencia y se encontró con que tenía una cuchara en las manos. En la feroz matanza, rompió varios cuchillos, dos tenedores y por último tomó la cuchara con la que le impartió lo tajos finales.
Se sentó a descansar en el futón manchado por la locura, sus manos manchadas goteaban hasta el piso, el ruido del utensilio de cocina resonó poderosamente al caer y rebotar en el suelo varias veces.
Se llevó las manos a la cara, para no ver esa imagen espeluznante que tenía a su lado. Comenzó a reír, una risa fuerte y profunda nacida en el ardor posterior que queda en el corazón al ser abandonado. La risa invadió la casa, afuera en el patio unos pájaros huyeron asustados de esos gritos antinaturales.
Miró una vez más a su amada y enjugándose las lágrimas le dijo:
-Nunca más, ya no podrás reírte de mí.
Pobre hombre, jamás había podido tomar la sopa caliente, amaba la sopa pero cada vez que la servía, y al darse vuelta para buscar algo que se había olvidado de poner en la mesa la sopa indefectiblemente ya estaba fría.
Soporto años que la sopa lo torturara así, siempre le decía algún día me cansaré…pero ese día jamás llegaba.
Y ese día fue hoy.
Nunca más la sopa se burló de él.

miércoles, 15 de febrero de 2012

¿Y DOCTOR?

-¿Y doctor?

Esa fue la pregunta que hizo hace dos meses, los tumores eran nuevos. Su cuerpo fabricaba dos tipos de tumores, y la terapia seguía siendo quirúrgica. Se recuperó rápido como siempre, pero al mes comenzaron los dolores, como siempre. Programando una nueva cirugía tres meses después de esa, por lo menos pudo disfrutar cuarenta y cinco días “casi bien”, hasta pudo andar en bicicleta, en rollers, caminar, pero todo llega a su fin.

A veces se preguntaba porque le pasaba esto, pero luego agradecía que fuera así y no peor.

Comenzó a renguear nuevamente, buscó el bastón y lo dejo cerca, por si lo necesitaba.

Pudo disfrutar nadar en la laguna todos los días, el sol en su piel bronceada le renovó las energías, el cansancio había desaparecido por completo. Su cuerpo se renovó, los músculos naturales que tenía se regeneraron otra vez y su peso se estabilizó. Se sentía bien, fuerte, con la mente despejada para pensar en positivo y pensaba en su hija, en viajar a verla, tenía fuerzas para soportar la partida luego de verla unas horas.

Pero todo eso acabó pronto. El cansancio y el dolor comenzaron a dominar su vida.

Lloró mucho, la desolación lo llenaba. Quería tener una vida como todo el mundo, como la mayoría. Sabía que toda su vida sería así, décadas y décadas sufriendo infinitos dolores. A veces pensaba si morirse no sería la solución, pero el mismo dolor físico lo hacía sentirse vivo, aunque tenía el corazón anestesiado, su cuerpo le recordaba una y otra vez que el dolor real.

Se tragó su orgullo, tomo su teléfono y envió un mensaje para tramitar la cirugía. Otra vez tendría que viajar, gastar dinero que no tenía y estar en una ciudad gris de ceniza, apagada, para sufrir otra operación que quizá le daría un par de meses de alegría.

Hasta que preguntara nuevamente…

-¿Y doctor?