El barquichuelo se movía lento casi en cámara lenta al salir de puerto, el muchacho parado en proa agarraba un cabo fuertemente para no perder el equilibrio, una mano sobre su frente a modo de visera para que el sol no le quemara los ojos al otear el horizonte. Esta pose había sido estudiada de antemano, las decenas de turistas que se encontraban aburridos en los alrededores esperaban con impaciencia la llegada o salida de algún barco, por más pequeño que fuese. Sabía que al hacer eso gesto, muchas cámaras digitales y celulares lo enfocarían y quedaría inmortalizado, sus mentes quizá olviden el paso del minúsculo bote pesquero por sus vidas, pero al ver las fotos años después recordarán al muchacho que parecía el capitán Ajab buscando su ballena blanca sobre la proa. A veces se arqueaba un poco hacia atrás para parecerse a la escultura “ El Indio” que está en Puerto Madryn donde la gente pasa solo para sacarse fotos. Los pescadores más viejos de los otros botes hacían chanzas a costa suya. Cuando le veían pasar le gritaban cosas como: “Hacete la pose de la tonina herida”, cuidado no te vas a caer por hacerte “El Indio”. El le contestaba diciéndoles que gracias a esas poses el dormía con turistas hermosas todas las noches y no con “cornalitos” como otros pescadores que no quería nombrar. Luego de contestaciones así, seguían con las chanzas un rato más. En realidad le querían tanto que era la forma que tenían de expresarle afecto, eran duros los hombres de mar.
Estaba atardeciendo, era normal que los barcos mas chicos salieran a esa hora, tardaban mucho más en llegar a la zona de pesca que los grandes pesqueros, preferían llegar temprano antes que los gigantes arrasen con todo.
Las gaviotas no los acompañaron en su salida porque estaban muy entretenidas con los deshechos que había en el muelle, y eran expertas ladronas, no necesitaban ir al mar.
El muchacho ahora tomó su posición apoyado en el mástil hasta que anocheciera, le fascinaba como se veía mar adentro el ocaso, solo quien lo vivió podría saber de que se trata. En algún momento se fundían el mar y el cielo, de azul intenso a un celeste pálido pasando por el rosado y por último el rojizo intenso. Miraba y no sabía donde empezaba uno o terminaba el otro, era la perfecta simbiosis entre el cielo y el mar. Y esa función jamás se la perdía. El ocaso daba paso al espectáculo más grande que jamás viviera, para explicar lo que sentía lo comparaba con algo casi tan hermoso como cuando sostuvo en brazos a su hija por primera vez. El rojo furioso se iba obscureciendo hasta llegar al negro absoluto, con la aparición de las estrellas y la vía láctea, él decía que era la estela del polvo mágico del Hada que lo cuidaba, esta dejaba un camino iluminado para que no se perdiera.
En sus ojos verdes claro se reflejaban millones de luces intermitentes, que ni siquiera las lagrimas inevitables que rodaban por su cara podían enturbiar esa visión. Los marineros le dejaban tranquilo, sabían que mientras estuviera ahí cuidando la ruta de pesca ellos podrían preparar los aparejos y estar atentos a las advertencias del muchacho vigía.
El mar estaba en calma, pero el mar tiene mal genio, su humor va y viene, puede refrescar el rostro con su llovizna fresca, como helarte en sus furiosas tempestades.
Y por eso, ellos se jugaban la vida al salir cada día, le entregaban sus vidas al mar, este decidiría cuando tomarlas.
La suave brisa tenía un olor y sabor distinto esa noche, giró su cabeza para mirar atrás por encima de su hombro, ya sabiendo de antemano lo que vería. Las nubes negras como la obscuridad misma, eran iluminadas por un relámpago lejano y solitario, miró un instante más en busca de otra luz. Sabía que había detrás de ellos y no quería mirar hacia la proa. En pocos segundos comprendió que ese relámpago solitario era solo la cola de la tormenta que era batida en la costa por la furia huracanada, el monstruo estaría adelante y por estribor. No era necesario calcular las posibilidades, con la calma del que solo comprende lo que pasará pudo gritarles a los viejos una sola palabra, la mas temida por ellos, “tormenta”.
Las cabezas protegidas con gorros de lana se alzaron y miraron hacía atrás, para saber si podrían volver a costa antes que caiga sobre ellos el aguacero.
Al tener cortado el escape, deberían acelerar antes que los vientos les ataquen de costado la nave. A pesar de ser pequeño el bote la “Santa Lucía” poseía un motor diesel potente para cortar las olas de más de diez metros. El viejo dueño del barco pasa al lado del muchacho y le palmea el hombro en señal de agradecimiento y sube la escalera que lleva hasta el puente, desbloquea el timón y gira unos pocos grados hacia babor, para tener la ventaja del golpe de las olas para ganar unos nudos más de velocidad.
Los demás hombres comenzaron a fumar sus pipas, para calmar los nervios y para saciar el apetito que tenían por el tabaco aromático. Empezaron con sus historias de tormentas y de las formas en las que escaparon, debatían de qué manera se debían abordar las olas gigantes y maniobras de despeje de agua de cubierta, podían estar horas así. Pero solo era la forma que tenían para ocultar sus temores. Como buenos hombres de mar, no demostraban emociones, eran duros y secos de palabras.
El muchacho seguía en su puesto de vigía, atento al movimiento de las aguas y el bote. Estaban a solo cincuenta o sesenta kilómetros de la costa, pero se internaban mar adentro, viajaban casi en diagonal escapando al frente despiadado de la tormenta. Cuanto más lejos de los rayos mejor, la mayoría de los hundimientos en alta mar en tormenta eran producidos por el incendio que provocaban los rayos en cubierta o mástiles. Las nubes pisaban sus talones, casi podían sentir como el aire era más tenue, el cambio de presiones generadas absorbía el aire y provocaban los vendavales que giraban los barcos más grandes como si fueran trompos.
Un grito de triunfo se escucho en la proa, todos los hombres se abalanzaron para mirar esperanzados, el viento cambió de dirección y la tormenta tomó un rumbo distinto al de ellos.
Con una sonrisa socarrona apagaron sus pipas y siguieron acomodando los aparejos, sonreían porque habían apostados sus vidas y ganaron.
El muchacho suspiró aliviado y mientras pensaba en el puerto y los turistas de verano siguió oteando el horizonte.
PLACA RECORDATORIA EN EL MONUMENTO A LOS MARINEROS PERDIDOS EN ALTA MAR (PLAYA UNION-RAWSON-CHUBUT)
cuento con pinceladas de tristeza de fondo...tiene tambien un bello título, muy alegórico. certera tambien la descripción que haces del mar, ¡sabes cuánto me gusta! -carolina-
ResponderEliminarcomo cada cuento que escribis , pude hasta sentir el olor a sal y escuchar el ruido del mar .hasta la risa de los pescadores y ver los ojitos verde claros .gracias por hacerme viajar . un abrazo Gab.( la placa me me emociono )
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