jueves, 7 de mayo de 2009

EL ATICO

Al quedarse solo, recuerda lo que dijo su abuela, -no subas al ático-. Las palabras retumban en sus oídos. Lentamente sube las escaleras, ansioso, con temor, pero la intriga es mayor que todos esos sentimientos. Al llegar al pasillo superior que comunica las habitaciones, mira por un momento hacia arriba, donde se encuentra la entrada prohibida.
Con el gancho toma la cadena que cuelga de la puerta trampa del techo, al tirar de ella, sale una escalera y una nube de tierra, que tarda un momento en irse. Sube con la linterna en la mano que tenia preparada hace mucho tiempo, esperando el momento oportuno de subir. Al asomar la cabeza, siente el olor a humedad y moho, al encierro prolongado y a la soledad. Al iluminar con la linterna, puede ver las telarañas que cuelgan por todos lados. El reflejo de la luz en un espejo de pie lo asusta un momento. Al recorrer el lugar, ve muchos muebles viejos, cubiertos con sábanas blancas y tierra. Baúles y cajas amontonados, como si alguien los hubiera revisado. Un ruido entre unas cajas, llama su atención. Al apuntar de manera temblorosa con la linterna en esa dirección, las sombras fantasmales, creadas por la luz y la variedad de objetos amontonados por ahí, le inspiraban más miedo aún.
El brillo casi demoníaco de unos ojos iluminados por la linterna, asomando detrás de un baúl, lo deja helado, sin poder ni siquiera pensar en algo, en escapar, en protegerse, en gritar. Con las dos manos apunta mejor con la luz, los ojos ya no están, pero se escucha un imperceptible ruido, como de arrastrar algo por el piso. Un sudor helado le corre desde la frente hasta el cuello, al llegar a la espalda, un escalofrío domina todo su cuerpo y el temblor de las manos ya es incontrolable. Al darse la vuelta en dirección a la escalera, el ruido se hace mas fuerte, entre el y la puerta trampa, que lo llevaría a la libertad. Intenta rodearlo, pasar por el costado, pero a cada movimiento suyo, el ruido también lo acompaña, lo sigue, cortándole le camino de salida. Mira las ventanas tapiadas, cerradas a cal y canto. No hay forma de salir, de huir. Intenta correr, pero al hacerlo, casi cerca de la puerta, tropieza con algo y cae al suelo, el polvillo fino de tierra lo ciega un momento, al tantear el piso para levantarse, toca algo de metal, pesado y frío. Una cadena. Los eslabones van hacia la obscuridad, alcanza a ver una argolla grande fija en la pared, donde la cadena se unía. El ruido de arrastre se silencia delante de la figura aún arrodillada en el piso por la caída. Al mirar hacia arriba, un grito entrecortado, un alarido de terror salió de su garganta. La figura encadenada delante de él, con la ropa vieja y rota, era su propia imagen, era como mirarse en un espejo, como si fuese su gemelo, ese, fue su último pensamiento antes de desmayarse por la impresión causada. Antes de caer al suelo nuevamente, escucha una risa, una risa profunda, de triunfo.
Al despertar, le costó recordar en donde estaba, los grilletes en sus muñecas y la cadena larga de la pared, le recordaron el horror vivido, en la semi obscuridad, vio que tenía puesta la ropa vieja y rota, se dio cuenta de lo sucedido, quiso gritar, intentó, pero de su boca no salió ningún ruido, mudo por el terror, desesperado, enloquecido, sacudió sus cadenas inútilmente, las cadenas que su hermano le había puesto.


Gabriel
30/04/09

OBSERVAR

Solamente se podía ver la claridad del amanecer. El muchacho al despertarse de un sueño pesado, daba una primera mirada al ventanal, única porción del mundo visual y paisajístico que tenía para observar. La enfermedad degenerativa de sus músculos y huesos, iba atrofiándolo e incapacitándolo cada día más. Luego con la boca tomaba un llamador colgando a un costado de la cabecera de la cama, para avisarle a su madre, que ya se había despertado.

En este estado de salud, solo podía mover la cabeza y apenas los hombros. Por lo que necesitaba atención continua, para comer, lavarse, cambiarse. Esto no lo frustraba ya que disfrutaba de la hermosa vista que tenía enfrente, y aunque su rara enfermedad lo llevaría con el tiempo a morir, sabía que tenía tiempo para disfrutar de los pequeños detalles que veía a través de la ventana. Un universo paralelo, a su propio mundo paralelo en la cama.

Podía ver un sinfín de vida silvestre, que se acercaban sin miedo a la ventana.

Estaban en ese lugar, a pedido de el, para pasar el más maravilloso momento, en su lugar, su vida, su bosque.

La cabaña situada en el medio de un claro del bosque, la cabaña se imponía ante todos los árboles, construida gracias a sus propios hermanos, que fueron talados para construir la pequeña cabaña, pero firme y abrigada.

Pasaba horas mirando por esa ventana, los árboles, que ya los conocía como si fueran suyos, detalles de sus ramas, corteza y raíces. Cualquier cambio por el clima o los animales, se daba cuenta al instante.

El desayuno estaba listo, casi siempre acompañado por la compañía de su perro, ya entrado en años que también se conformaba mirando desde la ventana, quizá añorando las correrías pasadas. Su madre, única compañera en la cabaña, de carácter firme y una fortaleza imbatible, hacía ya un año que lo cuidaba, rogando que fueran más años aún.

La vida en la cabaña era distendida, amena, más que alegre. Y así, pasaban los días, las estaciones del año, observando, apreciando, todo lo que alcanzaban a ver sus ojos, a través de esa ventana.



Gabriel

18/04/09

lunes, 4 de mayo de 2009

MANOS

El escultor, posó sus manos sobre la piedra fría y sin formas, solo un bloque de mármol. Que aún no había sido cortado ni tallado.

Miraba absorto y pensaba en como trasladar lo que había en su mente a la roca. Los cinceles y el martillo en su mano, un bosquejo en papel, como para tener una referencia de tamaño.

Las imágenes de lo que iba a esculpir, se mezclaban con el pasado, algo que no podía olvidar en su recuerdo.

Al comenzar a tallar sonríe, porque se vislumbra con el primer golpe, que sería su mejor obra, la que perduraría por los tiempos, la que sería estudiada, copiada, loada en el futuro, cuando sus cinceles ya no fueran mas que polvo.

Llevando ya varios años en la tarea, el artista entrado en años, con muchas obras de arte aclamadas, aún no terminaba su mejor escultura.

En el ocaso de su vida, faltaban pocos golpes para terminar, sintiendo que serían sus últimos momentos como escultor.

Al finalizar la obra, deja quedamente el cincel y martillo, da unos pasos hacia atrás, observa mucho tiempo, pareciera que se detiene el tiempo.

Haciéndose de noche, cuando las velas ya solo producían sombras sobre la piedra. Se da cuenta que ya jamás podría crear algo mejor, o más hermoso que esa única escultura.

Lo que tanto tardó en terminar y consumió sus últimos años de vida, era la imagen de sus manos.

Las que supieron amar, abrazar, trabajar la roca, las que dejaron sus obras al alcance del mundo.

Y así, se sentó a descansar, al pie de sus manos, recordó todo lo que tardó en terminar, su sueño concluido, sumido en estos pensamientos se durmió.

Al amanecer, fue encontrado por un discípulo, en la misma posición, sentado, recostado en su obra, sus manos se confundían con las de piedra, casi la misma blancura que la del mármol, la blancura de la muerte.





Gabriel

15/04/09