El escultor, posó sus manos sobre la piedra fría y sin formas, solo un bloque de mármol. Que aún no había sido cortado ni tallado.
Miraba absorto y pensaba en como trasladar lo que había en su mente a la roca. Los cinceles y el martillo en su mano, un bosquejo en papel, como para tener una referencia de tamaño.
Las imágenes de lo que iba a esculpir, se mezclaban con el pasado, algo que no podía olvidar en su recuerdo.
Al comenzar a tallar sonríe, porque se vislumbra con el primer golpe, que sería su mejor obra, la que perduraría por los tiempos, la que sería estudiada, copiada, loada en el futuro, cuando sus cinceles ya no fueran mas que polvo.
Llevando ya varios años en la tarea, el artista entrado en años, con muchas obras de arte aclamadas, aún no terminaba su mejor escultura.
En el ocaso de su vida, faltaban pocos golpes para terminar, sintiendo que serían sus últimos momentos como escultor.
Al finalizar la obra, deja quedamente el cincel y martillo, da unos pasos hacia atrás, observa mucho tiempo, pareciera que se detiene el tiempo.
Haciéndose de noche, cuando las velas ya solo producían sombras sobre la piedra. Se da cuenta que ya jamás podría crear algo mejor, o más hermoso que esa única escultura.
Lo que tanto tardó en terminar y consumió sus últimos años de vida, era la imagen de sus manos.
Las que supieron amar, abrazar, trabajar la roca, las que dejaron sus obras al alcance del mundo.
Y así, se sentó a descansar, al pie de sus manos, recordó todo lo que tardó en terminar, su sueño concluido, sumido en estos pensamientos se durmió.
Al amanecer, fue encontrado por un discípulo, en la misma posición, sentado, recostado en su obra, sus manos se confundían con las de piedra, casi la misma blancura que la del mármol, la blancura de la muerte.
Gabriel
15/04/09
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