miércoles, 22 de abril de 2009

QUIROFANO




Lo primero que se notaba al entrar, era el olor a alcohol, medicamentos y el olor característico a instrumentos de metal, a acero, hierro, oxígeno, pervinox y gasa.
En el centro de la habitación, se encontraba la camilla, como si fuera el sol, todo giraba alrededor de ella, médicos, enfermeras, instrumental, pacientes.
Antes de ingresar, se debía esperar en una sala, que parecía la sala de condenados a muerte, por las caras de sufrimiento por la tensión.
La luz que iluminaba la mesa de operaciones, parecía la de une estadio de fútbol, que no dejaba escapar ni un solo movimiento.
El monitor cardíaco, parecía un robot con su Bip-Bip-Bip, que resonaba en la habitación estéril.
Al ingresar lo despojaban a uno de toda su intimidad, y lo obligaban a ponerse una bata, que cubría todo, menos lo que uno quería cubrir mucho más, la dignidad.
Las enfermeras con esos barbijos, ocultando su rostro, pero que igualmente se podía sentir en sus ojos, la paz que transmitían, para tranquilizar al tembloroso paciente en bata.
El anestesista, siempre cómico y burlón. Bueno, yo soy el que te va a dormir. A ver, a ver, contá hasta 10. 1-2-3-4, antes de llegar a 5, caía uno en ese sueño profundo, sin temor alas pesadillas. Ya que en ese reino obscuro, causado por la anestesia, era la nada en si misma, quizá comparada con la muerte.
Pero a veces, algún paciente, duro de ser dormido, solía despertarse, levantar la cabeza, mirar a su alrededor, como tomando nota mental de lo que veía.
Los rostros cubiertos, inclinados sobre el, como héroes con sus caras tapadas, paladines de la justicia ante el dolor.
No, recostate, dormite, alcanzaba a escuchar el paciente, antes de recostar la cabeza pesadamente, y dejar en manos de esos héroes de cara cubierta, su cuerpo, que era su templo. Así como era un santuario el quirófano, para ellos.


Gabriel
14/04/09

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