La ventana no era muy grande, de un tamaño mediano se podría decir, pero ocupaba casi toda la pared de la habitación.
Esta se encontraba en la parte superior de la cabaña, con varias habitaciones más grandes. Pero aquellas no poseían una ventana tan hermosa y bellamente decorada como la mencionada. Ni se podía apreciar la vista que desde ella se tenía.
En invierno, era desde aquí, donde se podía observar como comenzaban a caer los copos de nieve, los primeros suavemente, con pereza de llegar al suelo.
En primavera, la floración, el crecimiento de la vida y los seres que poblaban ese bosque, se acercaban, cada vez más, para espiar desde afuera, lo que ocurría detrás de la ventana.
Las hojas muertas que el otoño y el viento frío, arrancaban de los árboles, quedando desnudos, tristes y cabizbajos, se arremolinaban y se posaban sobre le vidrio de la ventana, quedando marcas fantasmales, como de manos, cuando las hojas se caían irremediablemente al suelo.
Cuando el calor del verano era superior a lo normal, la pequeña ventana se abría para dejar entrar la brisa fresca, como si fuera una caricia al pasar, tenue, anhelante.
Todo esto se podía apreciar desde aquella ventana indiscreta, los recónditos secretos del bosque, eran descubiertos y observados de tan cómoda posición.
Un sin fin de emociones visuales, se vislumbraba para el que quisiera ver, sentir, palpar, emocionar.
Se podría resumir en pocas palabras, aseverar, que el paisaje, quitaba el aliento.
Gabriel Duarte
07/04/09
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