lunes, 17 de marzo de 2014

MINISTRO



Corrió apenas la cortina de la ventana. Acomodó el rifle sobre su brazo, el silenciador apoyado en un bípode le daba más estabilidad a la mira telescópica. Un sensor de viento le indicaba en un display electrónico la fuerza y dirección del aire. Apuntó el telémetro una vez más para medir la distancia entre su rifle y el blanco. Dos mil quinientos metros, la bala viajaría unos cuatro segundos hasta impactar en la cabeza del hombre.
La bala de alto poder tenía en la punta uranio enriquecido, aunque no le diera de lleno en la cabeza, la explosión igualmente le volaría la cabeza como una sandía pisada por un camión, ese tipo de proyectil se usaba comúnmente para dispararle a camiones y tanques blindados. Por eso no era necesario un segundo disparo.
El hombre sale del Ministerio de Educación, se para sobre las escalinatas y pide la palabra. Mientras toma el  micrófono, el asesino apostado carga una única bala en la recamara, cuando comienza a hablar cierra la recamara y la bala quedó en perfecta posición. Revisó la mira y luego de corregir un par de grados, suspiró satisfecho.
Le subió el volumen a la radio.
Se escuchaba el discurso que el Ministro daba ante los maestros. Y de fondo claramente como la gente lo abucheaba.
Ese fue el momento que estaba esperando.
Apenas sonó en la habitación el clic del gatillo, la bala subsónica escupió un pum suave y bajo. Y partió buscando la imagen que aún se veía en la retícula de la mira.
Cinco segundos y medio después, una nube rosa inundó la cabeza del ministro como una aureola. El estupor duró unos segundos, porque desde tal distancia disparada, a ese lugar no llegaba el ruido, el estampido del rifle, que además estaba amortiguado por el silenciador.
Mientras la gente de seguridad se agolpaba para atender al hombre caído, el asesino se dispone a desarmar el arma y luego la pone dentro de un maletín.
Al bajar por las escaleras del edificio abandonado, saca el celular del bolsillo y llama a su mujer que es docente.
-Listo mi amor, esta hecho. Ya no habrá mas discusiones –le dice sonriendo.

miércoles, 5 de marzo de 2014

YETA



Tengo un amigo que es yeta, pero yeta mal. El fue el que me rompió la primera cámara de fotos digitales que me compré. La agarro y de sus manos de manteca cayó al piso. Ni hablar de la vez que vio una mancuerna de pesas en mi casa, la agarró y fue a parar al piso, cerámico roto. Otra vez rompió el ventilador, que llevaba conmigo cuarenta años. Sobrevivió cuatro décadas hasta que lo conoció a Facundo. Y anoche fue partícipe directo—indirecto de la rotura del cargador del rifle. O sea, todo el que esté a su alrededor le pasará algo. Es como un agujero negro que absorbe toda la energía. Yo creo que algún antepasado suyo fue realmente el culpable de la extinción de los dinosaurios.
Recordar el supuesto viaje (un viaje que en realidad no llegamos a ninguna parte) que hicimos a Piedra parada para caminar y comer un asado. Para que contarles que el auto de él se rompió en medio de la nada, porque se “había olvidado” de comprar un repuesto del auto. Un calor abrasador de treinta y cinco grados, en medio de la ruta de ripio, dentro de una lata caliente con cuatro ruedas. No está demás contarles que yo le había dicho que lo cambie y que lo compre antes que suba el costo el doble. Por supuesto que no lo compro. Y las consecuencias fueron que nos llevó a la cinchada la policía hasta Gualjaina, en donde un mecánico lo pudo “arreglar” a martillazos. Obvio que el repuesto le salio el doble.
Pero viéndole el lado positivo, no llegamos a destino pero pasamos un rato en otro río comiendo unos sanguches de milanga mortales.
Volviendo al tema de la yeta, es de mi profundo pensar esta conclusión: los extraterrestres existen, pero no se dan a conocer para que Facundo no les haga algo, imagínense que los tipos se vuelven a su planeta y pinchan una rueda en mitad de la galaxia. O dice: —uy, que lindo esto. Y se queda con un pedazo de nave espacial en la mano.
Una vez un allegado a él, no voy a dar detalles de esta persona. Me dijo muy por lo bajo al oído y a escondidas, que Facundo hace muchos años hizo un viaje a Estado Unidos y que le contó a el como en un paseo en unos edificios muy altos, vio que una aire acondicionado no funcionaba y que de buena onda se puso a arreglarlo. Eso había sido el once de septiembre allá por el año dos mil uno.
¿Serían las torres gemelas?
Este salame las tiró abajo y no fue ni Bin Laden Ni Bush, fue Facundo.
Me contó que hace unas semanas había ido al lago, en donde estaba infestados de lauchas (contagian el Hanta virus) ¡y no le pasó nada! Y claro, ni los virus se le acercan. Yo creo que el día que la parca lo vaya a buscar, lo pensará dos veces, no vaya a ser cosa que se tropiece con algo y se muera y todos nos volvamos inmortales. Hasta que este yeta encuentre la manera de destruir al mundo.
Una vez en un documental de History Channel, les juro, pero les recontra juro que vi en una pirámide Maya, en una pared oculta encontrada hace pocos años la explicación del fin del mundo, para el año dos mil treinta y ocho. Pero eso no es lo que me puso loco, es cuando enfocan bien de cerca los dibujos Mayas en la piedra, era evidentemente un cataclismo espectacular, se veían como caía fuego del cielo, se abría la tierra y el mar era tan alto como los edificios de ahora y a un costado se veía una figura humana de espaldas mirando todo eso que sucedía. Pero en el dibujo que le seguía se veía solo el rostro de quien traería el fin del mundo como lo conocemos. Les juro que era la cara de Facundo.
Ya entramos en confianza y ahora les puedo contar que soy Masón. Un amigo me introdujo en el mundo de la masonería. Cuando me conoció me miró muy fijo y me dijo que yo debía ser masón, tenía que seguir la causa, que algún día entendería. Me convenció y fui un iniciado, pero al tiempo me di cuenta que no era un iniciado cualquiera, enseguida comencé a subir de grado. Fui aprendiz, luego de unos meses pasé a ser un compañero y años después Maestro real, que es lo que soy hoy en día. Al poder llegar a tan alto grado, comencé a sospechar, que mi vida tenía un fin. Y este me fue comunicado ayer con el aviso que se me concedía el alto honor de ascenderme a Súper Excelente Maestro (un grado honorario). Luego del rito de ascensión, me llevaron hasta la puerta cerrada de una habitación, que solo los elegidos podían entrar. En algún momento fui participe de ese mismo rito y ver como ingresaba un hermano Masón al cuarto. Y luego verlo salir un par de minutos después aterrorizado, la cara blanca de terror absoluto.
Y ahora estaba yo ante esta puerta y con la llave en la mano. Se me dijo que lo que vería ahí cambiaría mi vida para siempre, mi forma de ver al mundo, y mi destino sería, con la decisión que tomara al salir de ahí. Las manos me temblaban, pero no de miedo, de excitación de conocer por fin los secretos que ocultaba esa habitación.
La llave penetró casi sin ruido, apenas un click al girarla dos vueltas. La puerta se abrió unos centímetros. Di un paso y asomé la cabeza. La habitación era pequeña, dividida en dos por una arcada y en el techo abovedado una gigantesca araña iluminaba con velas el recinto. Al entrar ni escuché como los hermanos cerraron tras de mi esa puerta maldita. Ahora digo maldita porque jamás hubiera creído si alguien me lo contara, lo que encontraría ahí.
Pinturas por todos lados, en las paredes, apoyadas en el piso, algunas tapadas con telas llenas de polvo. Había esculturas, bustos, máscaras. La saliva se atora en mi garganta casi sin poder tragar, la respiración se acelera a tal punto que es un jadeo violento. Quitó las telas de las pinturas, mi horror era tal que comencé a tropezar y rebotar en las paredes, arrastrándome en ellas. Las esculturas me miraban fijamente, un sudor frío, pegajoso brotó de toda mi piel pálida. Caí al suelo y un gemido brotó de mi garganta áspera.
El rostro, ese rostro conocido por mí me miraba. Era él, Facundo.
Desde el suelo mis ojos recorrían toda la habitación, en una esquina casi escondida había una pintura. En ella se veían dos personas, una estaba encorvada y la otra de pie con una espada en las manos, blandiéndola en su dirección, como si le quisiera cortar la cabeza. Pude reconocerme en el rostro que tenía la espada.
Mi destino me había llevado muy lejos.
El es el anticristo y yo, la mano de Dios.
Al salir de la pequeña habitación, los hermanos me esperaban en círculo, cada uno con una vela en la mano. En el centro que habían formado había una mesita llena de armas antiguas. Entre medio de ellas resaltaba una pistola, al tomarla pude leer en ella, Glock 17.
Se sentía bien en mis manos.
Los masones se retiraron y yo quedé ahí, de pie. La pistola descansaba al lado de mi cuerpo, la pistola y el silenciador eran de color negro, como mi alma.
Saque mi celular e hice una llamada.
—Hola Facundo, tenemos que hablar.