Tengo un amigo que es
yeta, pero yeta mal. El fue el que me rompió la primera cámara de fotos
digitales que me compré. La agarro y de sus manos de manteca cayó al piso. Ni
hablar de la vez que vio una mancuerna de pesas en mi casa, la agarró y fue a
parar al piso, cerámico roto. Otra vez rompió el ventilador, que llevaba
conmigo cuarenta años. Sobrevivió cuatro décadas hasta que lo conoció a
Facundo. Y anoche fue partícipe directo—indirecto de la rotura del cargador del
rifle. O sea, todo el que esté a su alrededor le pasará algo. Es como un
agujero negro que absorbe toda la energía. Yo creo que algún antepasado suyo
fue realmente el culpable de la extinción de los dinosaurios.
Recordar el supuesto
viaje (un viaje que en realidad no llegamos a ninguna parte) que hicimos a
Piedra parada para caminar y comer un asado. Para que contarles que el auto de
él se rompió en medio de la nada, porque se “había olvidado” de comprar un
repuesto del auto. Un calor abrasador de treinta y cinco grados, en medio de la
ruta de ripio, dentro de una lata caliente con cuatro ruedas. No está demás
contarles que yo le había dicho que lo cambie y que lo compre antes que suba el
costo el doble. Por supuesto que no lo compro. Y las consecuencias fueron que
nos llevó a la cinchada la policía hasta Gualjaina, en donde un mecánico lo
pudo “arreglar” a martillazos. Obvio que el repuesto le salio el doble.
Pero viéndole el lado
positivo, no llegamos a destino pero pasamos un rato en otro río comiendo unos
sanguches de milanga mortales.
Volviendo al tema de la
yeta, es de mi profundo pensar esta conclusión: los extraterrestres existen,
pero no se dan a conocer para que Facundo no les haga algo, imagínense que los
tipos se vuelven a su planeta y pinchan una rueda en mitad de la galaxia. O
dice: —uy, que lindo esto. Y se queda con un pedazo de nave espacial en la
mano.
Una vez un allegado a él,
no voy a dar detalles de esta persona. Me dijo muy por lo bajo al oído y a
escondidas, que Facundo hace muchos años hizo un viaje a Estado Unidos y que le
contó a el como en un paseo en unos edificios muy altos, vio que una aire
acondicionado no funcionaba y que de buena onda se puso a arreglarlo. Eso había
sido el once de septiembre allá por el año dos mil uno.
¿Serían las torres
gemelas?
Este salame las tiró
abajo y no fue ni Bin Laden Ni Bush, fue Facundo.
Me contó que hace unas
semanas había ido al lago, en donde estaba infestados de lauchas (contagian el
Hanta virus) ¡y no le pasó nada! Y claro, ni los virus se le acercan. Yo creo
que el día que la parca lo vaya a buscar, lo pensará dos veces, no vaya a ser
cosa que se tropiece con algo y se muera y todos nos volvamos inmortales. Hasta
que este yeta encuentre la manera de destruir al mundo.
Una vez en un documental
de History Channel, les juro, pero les recontra juro que vi en una pirámide
Maya, en una pared oculta encontrada hace pocos años la explicación del fin del
mundo, para el año dos mil treinta y ocho. Pero eso no es lo que me puso loco,
es cuando enfocan bien de cerca los dibujos Mayas en la piedra, era
evidentemente un cataclismo espectacular, se veían como caía fuego del cielo,
se abría la tierra y el mar era tan alto como los edificios de ahora y a un
costado se veía una figura humana de espaldas mirando todo eso que sucedía.
Pero en el dibujo que le seguía se veía solo el rostro de quien traería el fin
del mundo como lo conocemos. Les juro que era la cara de Facundo.
Ya entramos en confianza
y ahora les puedo contar que soy Masón. Un amigo me introdujo en el mundo de la
masonería. Cuando me conoció me miró muy fijo y me dijo que yo debía ser masón,
tenía que seguir la causa, que algún día entendería. Me convenció y fui un
iniciado, pero al tiempo me di cuenta que no era un iniciado cualquiera,
enseguida comencé a subir de grado. Fui aprendiz, luego de unos meses pasé a
ser un compañero y años después Maestro real, que es lo que soy hoy en día. Al
poder llegar a tan alto grado, comencé a sospechar, que mi vida tenía un fin. Y
este me fue comunicado ayer con el aviso que se me concedía el alto honor de
ascenderme a Súper Excelente Maestro (un grado honorario). Luego del rito de
ascensión, me llevaron hasta la puerta cerrada de una habitación, que solo los
elegidos podían entrar. En algún momento fui participe de ese mismo rito y ver
como ingresaba un hermano Masón al cuarto. Y luego verlo salir un par de
minutos después aterrorizado, la cara blanca de terror absoluto.
Y ahora estaba yo ante
esta puerta y con la llave en la mano. Se me dijo que lo que vería ahí
cambiaría mi vida para siempre, mi forma de ver al mundo, y mi destino sería,
con la decisión que tomara al salir de ahí. Las manos me temblaban, pero no de
miedo, de excitación de conocer por fin los secretos que ocultaba esa
habitación.
La llave penetró casi sin
ruido, apenas un click al girarla dos vueltas. La puerta se abrió unos
centímetros. Di un paso y asomé la cabeza. La habitación era pequeña, dividida
en dos por una arcada y en el techo abovedado una gigantesca araña iluminaba
con velas el recinto. Al entrar ni escuché como los hermanos cerraron tras de
mi esa puerta maldita. Ahora digo maldita porque jamás hubiera creído si
alguien me lo contara, lo que encontraría ahí.
Pinturas por todos lados,
en las paredes, apoyadas en el piso, algunas tapadas con telas llenas de polvo.
Había esculturas, bustos, máscaras. La saliva se atora en mi garganta casi sin
poder tragar, la respiración se acelera a tal punto que es un jadeo violento. Quitó
las telas de las pinturas, mi horror era tal que comencé a tropezar y rebotar
en las paredes, arrastrándome en ellas. Las esculturas me miraban fijamente, un
sudor frío, pegajoso brotó de toda mi piel pálida. Caí al suelo y un gemido
brotó de mi garganta áspera.
El rostro, ese rostro
conocido por mí me miraba. Era él, Facundo.
Desde el suelo mis ojos
recorrían toda la habitación, en una esquina casi escondida había una pintura.
En ella se veían dos personas, una estaba encorvada y la otra de pie con una
espada en las manos, blandiéndola en su dirección, como si le quisiera cortar
la cabeza. Pude reconocerme en el rostro que tenía la espada.
Mi destino me había
llevado muy lejos.
El es el anticristo y yo,
la mano de Dios.
Al salir de la pequeña
habitación, los hermanos me esperaban en círculo, cada uno con una vela en la
mano. En el centro que habían formado había una mesita llena de armas antiguas.
Entre medio de ellas resaltaba una pistola, al tomarla pude leer en ella, Glock
17.
Se sentía bien en mis
manos.
Los masones se retiraron
y yo quedé ahí, de pie. La pistola descansaba al lado de mi cuerpo, la pistola
y el silenciador eran de color negro, como mi alma.
Saque mi celular e hice
una llamada.
—Hola Facundo, tenemos
que hablar.
ME HIZO REÍR, PALABRA POR PALABRA, JA, IMAGINE TODO... MUY BUENO, BUENÍSIMO.... QUE ESE YETA DEJE DE HACER MACANAS....
ResponderEliminarmuy bueno !
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