sábado, 18 de febrero de 2012

NUNCA MAS


El odio que tenía era atroz, la furia carcomía su interior de tal forma que los puños apretados comenzaron a golpear una y otra vez la pared delante de él. Los nudillos sangrantes dejaron su impronta en la pintura salpicando hasta el techo por la fuerza de los golpes. El calor que sentía en las manos era menor que el que sentía en su cabeza, la ira roja iba subiendo para obnubilar los pocos pensamientos que le quedaban, hasta que quedo una sola idea, asesinarla.
La miraba desde la puerta, ella estaba en la mesa, fría y ajena a la locura que el hombre sentía en ese momento. Se había arrancado mechones de pelo en un arrebato de locura, quería sacar toda esa fuerza incontenible que parecía la caldera de un tren a vapor, listo para estallar por la presión.
Se acerco hasta ella, sus ojos rojos por la locura y el arrebato apenas podían ver, sus parpados se cerraron por el odio de tal forma que solo se veía una línea muy finita de sus ojos. Sus dientes castañearon furiosamente al tomar el cuchillo y un hilo de baba cayó por la comisura de su boca al mismo tiempo que clavaba la hoja en ella infinidad de veces, diez minutos después todo empapado por el sudor y el líquido vertido por la fuerza de las cuchilladas, tuvo un atisbo de conciencia y se encontró con que tenía una cuchara en las manos. En la feroz matanza, rompió varios cuchillos, dos tenedores y por último tomó la cuchara con la que le impartió lo tajos finales.
Se sentó a descansar en el futón manchado por la locura, sus manos manchadas goteaban hasta el piso, el ruido del utensilio de cocina resonó poderosamente al caer y rebotar en el suelo varias veces.
Se llevó las manos a la cara, para no ver esa imagen espeluznante que tenía a su lado. Comenzó a reír, una risa fuerte y profunda nacida en el ardor posterior que queda en el corazón al ser abandonado. La risa invadió la casa, afuera en el patio unos pájaros huyeron asustados de esos gritos antinaturales.
Miró una vez más a su amada y enjugándose las lágrimas le dijo:
-Nunca más, ya no podrás reírte de mí.
Pobre hombre, jamás había podido tomar la sopa caliente, amaba la sopa pero cada vez que la servía, y al darse vuelta para buscar algo que se había olvidado de poner en la mesa la sopa indefectiblemente ya estaba fría.
Soporto años que la sopa lo torturara así, siempre le decía algún día me cansaré…pero ese día jamás llegaba.
Y ese día fue hoy.
Nunca más la sopa se burló de él.

2 comentarios:

  1. me encanto .Bizarro y sorprendente . un placer leerte como siempre .abrazos !

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