viernes, 13 de agosto de 2010

LUNA LLENA

El sol iba escondiéndose en la montaña y las aguas se iban aquietando. Un niño temblaba de frío entre las rocas muy cerca de la orilla del lago. Días atrás acampaba con su familia en el bosque, cerca de un despeñadero. Felices transcurrían los juegos con su hermana mientras sus padres tomaban sol o paseaban entre los árboles. Hasta que llego el día fatal.
Decidieron ir temprano de compras a la ciudad, un poco de harina para el pan de la noche y frutas frescas para el día. El padre pensaba en el asado que haría a la noche relamiéndose de antemano. Pensando en estas cosas al arrancar el auto no comprobó primero el estado del terreno, estaban al borde del abismo, demasiado cerca. Al quitar el freno de mano el auto se mece suavemente hacia atrás, el hombre acelera para poder salir pero no contaba con el rocío matutino. No eran gente acostumbrada a la naturaleza, eran personas de ciudad. Un golpe de adrenalina al cuerpo le da milésimas de segundo para responder a lo que estaba sucediendo y cometió el error más grande que podría hacer, aceleró a fondo. Patinando ya en el barro el auto fue tomando cada vez más impulso hacia atrás. Mujer y marido se miraron un instante, sabiendo que no había como escapar. Mientras caían por el acantilado pensaban en sus hijos y en la forma estúpida que los mataron.
El niño de diez años abrazó con fuerza a su hermanita de ocho acariciándole con ternura el pelo, para que no pudiera ver como caían. En esos cinco segundos eternos que tardaron en caer, cruzó una mirada con su padre. Los ojos llenos de pavor y culpa.
El golpe no fue fuerte, pero si ruidoso. Se pudo escuchar un eco retumbar por todo el lago, los pocos pescadores que había en la zona declararon luego al comisario que no prestaron importancia al ruido, pensaron que fue algún pino o ciprés viejo que se vino abajo. No era la primera vez que sucedía esto. La lejanía del paraje hizo que la búsqueda de los turistas tardara un mes en comenzar.
Ya era otra noche más que el niño estaba ahí. Perdió la cuenta cuantos días habían pasado del accidente. Pero el hambre y el dolor de sus heridas no le preocupaban. Tenía miedo de pasar una noche más solo. Los animales carroñeros dieron cuenta enseguida de su familia mientras el observaba sin poder hacer algo al respecto. Los buitres de la zona daban vueltas en lo alto, macabros pensamientos tendría el niño que se ponía pálido al escuchar ruido de aleteos. No podía soportar una noche más, a la espera que los animales lo coman vivo.
Con mucho dolor, comenzó a moverse y arrastrarse en dirección al lago, luego de varias horas y casi sin fuerzas por las fracturas y la pérdida de sangre pudo llegar y tomar unos sorbos de agua fresca que calmaron su sed y aclararon su mente. La noche había llegado hace rato mientras el descansaba. Con un último esfuerzo se fue internando en el agua mientras la luna llena comenzaba a iluminar y desaparecía el niño en la profundidad del lago.


Gabriel

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