lunes, 9 de abril de 2012
RUTA Nº 40 (PARA LOS QUE PREGUNTARON, NO ES CUENTO, ASI PASÓ)
A lo lejos se veía que algo pasaba en la ruta, acostumbrados a la ruta 40 bajaron la velocidad hasta ver bien que había sucedido, un auto atravesado en la ruta y otro volcado a un costado. Se bajó para ver más de cerca el accidente, cuando se percató que recién había ocurrido. Volvió corriendo al auto para abrigarse, se puso un pantalón arriba del short de verano (a pesar del frío que hacía usaba igual) y una campera arriba de su chaleco, por último manoteó su gorra de la naval para resguardarse del frío en la cabeza. Abrió su bolso de buceo, sacó todas las gasas y compresas que tenía y un pomo con pervinox (que nunca lo usó porque se lo olvidó en el bolsillo de la campera). Volvió caminando hasta los autos, una mujer se me acerca y preguntándome si era de la naval (por la gorra) me pide ayuda, era pediatra.
Una chica de pelo largo ensangrentado, parada a un costado de la ruta, tenía varios cortes profundos en la frente y cabeza, sacó la gasa y se la aplicó sobre la herida, era casi una niña, alguien trajo un paquete de algodón, hizo un apósito con todo eso y le ordenó a un hombre que se lo mantuviera en la frente, alguien le puso una frazada para cubrirla del frío que mordía su cuerpo junto con el shock del accidente y los golpes absorbidos por el cuerpo.
El muchacho comenzó a recorrer la zona del accidente para tener una perspectiva de las prioridades. Un auto atravesado en la ruta era lo más cercano en su camino, una joven mujer atrapada al volante del auto destrozado, al ver que tenía atención de una chica detrás de ella sosteniéndole el cuello por posible fractura cervical da la vuelta para ver la sra que de acompañante estaba tirada sobre la puerta, los ojos sin brillo y la mirada perdida indicaban lo que ya no había, vida. La voz de la pediatra sonó detrás de él.
-Es óbito la sra, -lo dijo como para cortar las ilusiones de su mano que ya se estaba extendiendo hacia el cuello para ver si aún quedaban latidos. Eligió tres hombres fuertes para intentar abrir la puerta, pero era imposible, no se movía ni un milímetro.
Volvió a mirar la situación, mucha gente en la ruta, nadie ayudando. Sus gritos comenzaron a cubrir el ruido del viento, pidiendo fierros, barretas, llave de cruz para abrir la puerta de la mujer atrapada. Mientras la gente buscaba en sus autos, se acercó al auto volcado, varios curiosos husmeaban morbosamente alrededor, al ver las luces de freno encendidas y el olor penetrante de combustible, les indicó a todos de forma autoritaria que por seguridad nadie se acercara ya que podría explotar o iniciar un fuego, sus palabras más la expresión de su cara logró que todos hicieran caso. Luego que no quedaron curiosos que pudieran resultar heridos, bajó hasta el auto aún escuchando a la pediatra gritarle que los dos eran óbitos, mientras la escuchaba pensaba que los médicos creían que era menos traumático decir óbito que muerto o fallecido. Para él era lo mismo, igualmente iba a constatar que no podía hacer nada, nunca se sabe.
Podría relatar lo que el muchacho vio entre los fierros retorcidos, pero sería demasiado tétrico y prefiero contarles lo que él vivió y sintió al bajar a ese mundo de metal retorcido.
Tomó aire sabiendo lo que iba a ver, se acercó del lado del acompañante miró unos momentos que se hicieron eternos, intentando adivinar si había vida en esos muñecos de trapo, con un suspiro largo y profundo que solo sonó en su mente dio la vuelta para ver si podía meter la mano para encontrar la llave de contacto, pero era imposible, el corsa ya no tenía frente y su tablero había desaparecido entre los asientos arrancados por la fuerza del impacto, amago estirar su brazo para tocar la pequeña mano blanca de mujer que colgaba de lo que era el piso del auto ahora convertido en el techo, pero sabía que era algo tan inútil como sentir pena por ellos, en esos momentos quedaba mucho por ayudar y ellos no le necesitaban ya.
Esquivando una cuna de bebé y bolsos desparramados que el baúl había tirado al abrirse en la caída, entendió, comprendió que había un bebé herido.
En la ruta miró desesperado a todos lados por si veía algún movimiento de personas con un bulto en brazos, allá la vio, una mujer entrando a un auto con una persona que le ayudaba a caminar. Llegó a ella cuando ya se sentaba en el asiento del acompañante y alguien le ponía el cinturón de seguridad, un bebé en brazos envuelto en mantas, suspiró aliviado al no ver sangre en él (tarde por la noche leyó en un diario por Internet que también había fallecido), solo la mujer tenía sangre en su cara, pero antes de revisarla, alguien cerró la puerta y arrancaron en dirección a la ciudad.
Más curiosos se acercaban a los muertos atrapados en su último viaje, mas gritos del muchacho y una mirada dura los alejó como si los espantara con la misma parca a su lado.
La chica estaba ahora sentada apoyada contra un mojón, le cambió el apósito y le indicó a una chica que le haga presión con fuerza.
Ahora toda su atención estaba con la mujer atrapada en su vehículo, lo miró un momento ya que este había perdido todo su frente en el golpe y había un charco de combustible por debajo que escurría hacia los costados. Se cercó y era un hombre el que ahora sostenía su cuello para que no se lesionara más, lo miró con una pregunta en sus ojos por demás evidente.
-Soy médico –le dice con tranquilidad, tiene fractura de brazo derecho y pierna izquierda –agrega el galeno.
Vio mucha gente dando vueltas entre los heridos y los vehículos escupiendo combustible, vidrios y dolor. Así que tomó una vez más su garganta y los mandó a sus autos, si no están ayudando ¡a sus autos!, así de simple hizo la cosa el muchacho. Odiaba los buitres que daban vueltas molestando sin ayudar.
Un hombre fornido, grande, que estaba al lado del auto, al mirarlo le dijo: -yo también soy médico. La providencia quiso que pasaran tres médicos en total por esa ruta mortal.
Un hombre bajito, luego se daría cuenta que era chileno por su acento, lo esperaba al lado del auto desde la primera vez que pidió a gritos un fierro para abrir el auto, una varilla cortita con la que no pudo hacerle cosquillas a la puerta hundida y deformada por las presiones encontradas.
En ese momento llega una camioneta policial, lo primero que hace el policía es bajar con su cuaderno y con una cuarta (hierro que se usa para “cinchar” otros vehículos y que tiene orejas en sus puntas donde se pasan pernos o se ata con cables), el muchacho lo tomó rápidamente y una sola idea tenía en su febril mente, romper esa puerta a como de lugar, no importa como.
No veía a nadie, nada, solo la puerta. La puerta era su meta, era la entrega total de su ser, quizá no significaba ni la vida ni la muerte abrir la puerta de esa camioneta con su mitad retorcida, pero era lo único que podía dar o quizá era ganarle ese día a la parca en algo, en lo más mínimo.
Le dolían tanto las manos por los golpes que le daba, le pegaba a la puerta al estilo de ariete, en donde el perno que traba la cerradura (acero inoxidable) estaba doblado, lo que sucedió al hundirse el chasis.
Mientras tanto un policía controlaba el tránsito en la ruta ya que algunos autos pasaban entre los muertos y los restos de los autos y heridos…para poder llegar más rápido quien sabe a donde. El otro hablaba con la pediatra y luego se puso a dirigir del otro lado de la ruta.
El muchacho no daba más, le dolían tanto las manos que estaba a punto de patear enfurecido la puta puerta de mierda, cuando un par de chilenos le preguntan si ellos podían seguir, ahí se dio cuenta que no estaba solo, pero estaba tan enceguecido con esa puerta que no veía mas que eso.
Cuando los otros hombres tampoco pudieron, el muchacho pensó que si la fuerza bruta doblo esa puerta, la fuerza bruta la rompería del todo, tomó una gran piedra de unos diez kilos y mientras dos hombres sostenían el fierro apoyado en el perno le apuntó con la piedra-martillo y le dio con todas sus fuerzas, tanto que retrocedió por el rebote, se afirmó mas entre las piedras, vidrios y nafta derramada y solo necesito unos pocos piedrazos para romper ese maldito perno del infierno, revoleó la piedra y él solo de la furia que tenía abrió la puerta doblándola hasta que la rueda no le permitió abrirla más. Gritó de triunfo.
Ahora ya podían dos médicos atenderla adentro del auto hasta que llegara la ambulancia para sacarla por esa puerta que le costo sudor y dolor abrirla.
Como la mujer atrapada tenía frío fue a buscar alguna manta que tuviera el auto volcado, pero la pediatra buscaba lo mismo y todo olía a combustible y desistió. Pero el muchacho llamó al oficial y delante de el abrió los bolsos para buscar abrigo, el primer bolso tenia ropa de bebé (lamentó mucho luego haber visto eso), pero el otro bolso tenía remeras y pulloveres perfectamente planchados y doblados, tomó dos y mostrándoselos al policía fue a cubrir con eso a la mujer, que ya le habían puesto una manta.
Volvió a observar la situación a su alrededor, los tres médicos controlaban las dos mujeres heridas, los dos policías el tránsito y ya no había nada más para hacer.
Se quitó los guantes descartables, antes de subirse al auto se dio vuelta y levantó su brazo en dirección al policía a modo de saludo, el viento le llevó un ¡gracias! Que salió de la boca del hombre de bigotes.
Diez kilómetros después pudo llorar tranquilo, esa ropa de bebé lo había destrozado.
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