miércoles, 27 de julio de 2011

EL ADIOS

Se dio cuenta que era inútil resistirse, al enterarse realmente sobre su enfermedad bajó los brazos, prefirió alejarse de todos, no tenía sentido descubrir más sobre lo que le pasaba a su cuerpo, aunque realmente si se ponía a pensar ya no existía para nadie. Malos tratos y soledad acostumbraba a tener, quizá se lo merecía.
Tal vez debería ser así, alejarlos para que no sufran por su culpa ¿quién podría decir lo contrario?
Tomó sus pocas pertenencias y las puso en cajas para que quede todo ordenado, se tomó un café caliente como hacía mucho no probaba uno. Al abrir la puerta de su cabaña, el aire helado le golpeó el rostro arrancándole una lágrima friolenta de su corazón. Hinchó su pecho a tal punto que crujió la tela de su camisa, se aseguró que todo quedara bien cerrado, pasaría mucho tiempo hasta que notaran su ausencia.
Los pasos por el sendero eran lentos y medidos, se estaba despidiendo del bosque, los árboles movían sus brazos saludándolo, prometiéndole con sus hojas darle protección durante el invierno, pero el ya no los necesitaría.
Las piedras le dificultaban el andar, la arenisca de la playa se le metía entre las zapatillas, se sentó un momento y luego de pensarlo bien se las quitó y pudo disfrutar el placer de estar descalzo. Sacó de su bolso un pedazo de pan, tenía por costumbre hacer pan casero aunque no hubiera nadie que lo degustara con él. Era cuestión de soledad, se sentía menos solo si cocinaba mucho. Mientras hincaba el diente en la masa tierna que aún estaba tibia, las olas de la playa se fueron encrespando, un viento comenzó a soplar hacia la costa. Una pequeña ola juguetona explotó contra una gran roca y la llovizna le cubrió el rostro. El placer se notaba en todo su cuerpo, se estremeció pero no de frío, era un temblor de amor, de recuerdos. Siguió comiendo su vianda, un poco de té de frutos rojos del termo le quitó el frió de la cara. Los labios habían perdido el color sonrosado natural, sonrió y esa sonrisa le partió la piel seca y su boca comenzó a sangrar. Puteando la sangre que le impedía seguir disfrutando el sabor suave del pan, comenzó a quitarse la ropa lentamente y de un solo impulso se lanzó de la roca hacia las aguas del lago.
El shock del agua fría le recorrió cada milímetro de su piel, lo paralizó a tal punto que por unos segundos larguisimos no pudo respirar, y miles de agujas se clavaron en su cuerpo, si alguien hubiera pasado en ese momento a metros de distancia, el viento les hubiera llevado varios insultos sobre lo fría que estaba el agua de mierda. Sumergió su cabeza para poder ver debajo de él, pero el agua helada le apretó la nuca como una tenaza de la cual ya no pudo soltarse. Su pecho antes fuerte y vigoroso, ahora estaba sin fuerzas por el prolongado reposo y ya no pudo levantar la cabeza y respirar.
Y así terminó todo, la profundidad le reclamó su cuerpo, mientras se hundía sus ojos se iban cerrando lentamente, su corazón dejó de latir y el aire terminó de consumirse, no hubo desesperación ni estertores finales, solo una súbita calma. Mientras descendía en la obscuridad absoluta del olvido, su mente aún vagaba por la playa y su último pensamiento fue sobre un trozo de pan a medio comer olvidado en una roca.

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