viernes, 27 de enero de 2012
ESPERANZA
Estaba cansado pero contento, el líquido entraba en su torrente sanguíneo como niño que veía el mar e iba corriendo a su encuentro. Un poco de frío entraba en su alma al mirar el suero mezclándose con el medicamento. Ya era la quinta sesión que tenía y la primera del año. Un año que comenzó con toda la tristeza de las ausencias pero que luego se fue amortiguando para terminar en una paz absoluta. La tranquilidad de aceptar todo como es, de ser como es, de sentir como sentía. Y de amar, quería darse la oportunidad de sentir amor.
Pero jamás se hubiera imaginado lo que le esperaba. Los ojos de ella se cruzaron indiferentes, pero los de él…temblaron ante su presencia. Un shock, breve pero intenso. Casi balbuceo las preguntas, tenía que ingresar sus datos en una computadora, pero al teclado lo veía lejísimo, como si tuviera visión de túnel. Tenía miedo que pudiera ver su corazón latir a través de la camisa. Por suerte el bastón estaba escondido detrás de la mesa y no lo podía ver, no necesitaba más lastima.
Como tuvo un instante en donde no pudo articular palabra, su compañera amorosa que le ayudaba, hizo el resto de las preguntas y la explicación de lo que tendría que hacer la mujer.
Se retiró y se mezclo entre la multitud, la mujer ya no se veía entre los cuatro mil personas reunidas en el lugar. Tantas personas, tantas mujeres y solo la vio a ella. Años después contaba la historia y nadie le creía, pero no le importaba, ya nadie creía en el amor a primera vista. Vivía en una época en donde las relaciones no duraban ni tres días y cuando hablabas del amor, te decían ¿amor? ¿Qué es eso? Nadie se atrevía al compromiso.
Pero a él no le importaba, tenía algo que los demás no conocían ni jamás podrían tener, un corazón con ganas de amar.
Y ahí se quedó, no se atrevió a decirle una palabra, se sentó detrás de ella, podía ver su pelo hermoso, podía sentir su aroma impregnada en la piel. Seguía atentamente los movimientos que hacía con sus manos en el teléfono celular, una y otra vez sus manos en el teléfono. Eso quiere decir algo, se escribe con alguien, y sí, una mujer así no está sola. Por supuesto que debe tener pareja o marido. Sería un crimen que una mujer hermosa así no esté enamorada de alguien con mucha suerte. Por eso no le dijo ni siquiera un “hola” al pasar. Un par de veces miró en su dirección, pero ni siquiera lo registró como el que le tomó los datos de ingreso en una computadora. Se sentía muy insignificante, esa mujer se imponía entre tanta gente, y él…la gente le ofrecía una silla a cada rato para sentarse, el bastón era su karma.
Y se fue mascullando palabras hirientes a su propia cobardía, y a su cuerpo que lo castigaba con la enfermedad y su maldito bastón. Se juró que iba a mejorar, que se iba a reponer antes que termine el año y que la iba a encontrar en otro momento, la buscaría, aunque le llevara meses, claro que la buscaría. Para contarle que entre toda esa gente, la vio.
viernes, 6 de enero de 2012
MUGRE
La mugre que tenía esa casa era impresionante, el asco dominaba mi interior, ya que sería muy descortés demostrarlo con el rostro. Pero sería prudente enumerar las miserias de esa casa, para iluminar el camino y la mente de otros, evitando así la caída en cuevas nauseabundas como esa.
El living era dominado por un gran sofá de color indefinible, se nota que en épocas pasadas tendría algún color distintivo, pero sería imposible descifrarlo en este momento. La cantidad de porquerías que tenía encima eran incontables, juguetes, cosas rotas, cajas de quien sabe que, ropa, tierra, mugre. Y no quiero olvidarme de todo lo que quedaba detrás y debajo del mismo, creo que hasta un monopatín y una patineta escondía el sillón-sofá patético. Acostarse o sentarse en él era una tarea más difícil que intentar contar las rajaduras en su cuerina. Indefectiblemente uno terminaba resbalando hacia el suelo y una avalancha de asquerosidades sin uso se desparramaba aún más.
Enfrente de esta monstruosidad había un televisor humilde, pero sucio. También una cantidad detestables de cosas encima de él, con tierra por supuesto. A su derecha un pequeño y hermoso bar de madera, en el cual hasta se podían colgar copas, claro está que también sufría los embates del tiempo y la suciedad, pila de papeles, boletas pagas y sin pagar tapaban lo que en una casa con gente normal hubiera sido una belleza de adorno.
El comedor es una parte que aún hoy, después que pasaron cuarenta y tres años sigo recordándolo como si fuera ayer mientras un escalofrío nace en mi nuca y se desplaza por toda la columna. La mesada que comúnmente en hogares civilizados se usa para lavar los implementos de cocina y preparar la comida, era un foco infeccioso capaz de quitarle la vida a un africano alimentado con sangre de murciélago y ratas. Como nota sobre esta cuestión luego de pasar unos días en esa cocina precisamente tuve que soportar una semana completa de una fiebre terrible y un malestar general insoportable, agregándole una gripe atroz por la cantidad de bacterias que vivían y comían de esa cocina.
La mesada tenía costras de años, el olor a humedad ácida que emanaba de ella te quemaba la nariz. Los bordes tenían esa coloración típica que vez en los baños públicos que durante años nadie limpió. El solo pensar que en esa pileta se lavaban los platos, daban ganas de vomitar.
La cocina realmente tendría que ser un capitulo completamente separado de esta historia tétrica, alucinógena y terrorífica. Las hornallas no se reconocían como tal, por los bordes chorreaba la grasa y el aceite solidificado por el tiempo, al abrir la puerta del horno, el golpe de ver dentro y encontrar varios sartenes irreconocibles por el aceite quemado solidificado, ni con un cuchillo se le podía sacar la costra, la esponja de acero más dura no pudo hacerle ni un rayón a esa superficie asquerosa. En el piso del horno y paredes había restos de comida de quien sabe cuando ahí podridas. Realmente la cocina no se podía limpiar con ningún producto químico ni con herramientas industriales, estaba para tirar a la basura.
La heladera, al abrirla fue lo mismo que con la cocina, una inmensa pena por el artefacto que en el mejor de los casos y nueva, hubiera sido una preciosura. Lo peor de todos, es que había comida podrida junto con yogures abiertos para el bebé que vivía en la casa. Ahí directamente la dejadez de estas personas es comparada con intento de asesinato, porque tranquilamente la niña se podría morir de cualquier enfermedad pescada entre la cocina, la mesada y el comedor.
Lo preocupante fue conocer el baño, la tarea de aguantar las ganas de usarlo fue toda una tortura, hasta el último minuto cuando ya estaba que explotaba tomaba coraje y entraba. La ducha era otro tema, imagínense el piso de una peluquería desaseada y agréguenla encierro y humedad. la pileta para lavarse las manos era un foco infeccioso, manchas, pelos, restos de jabón, pasta dental y cosas verdes pegadas por ahí. Por todos lados se veían pelos, todo tipo de pelos, pedazos de papel higiénico por los rincones, se notaba que jamás se había barrido ni baldeado el piso con lavandina o desinfectante. Era preferible sentarse en la boca de un lobo hambriento y con alguna peste que en el inodoro. Las paredes destilaban moho y manchas viejas, antiquísimas.
El patio de la casa apestaba también, quizá aún más, ya que tenían a un perro en él. Supuestamente el lugar era higienizado…en algún momento del mes. Medió lástima el perro que tuviera dueños así, teniendo que vivir en su propia inmundicia y muerto de hambre por lo visto.
Los dos dormitorios que contaba esta casa eran realmente un desastre, yo creo que ni la bomba de Hiroshima podría haber hecho tal cosa. Para poder limpiar una habitación, sería necesario quitar todo lo que había en ella, rasquetear las paredes y el piso, quemar todas las cosas inservibles que tenían debajo de la cama.
Todos mis esfuerzos fueron en vano, un par de cientos de pesos gastados en productos de limpieza y nada se pudo hacer, la casa seguía como querían que esté sus dueños, sucia e inhabitable.
Cuando la veía arder me sentí bien, pude ver en el frente como las ventanas explotaban por el fuego, nunca fuí tan feliz, le quité la vida a la casa, pero se la devolví al mismo tiempo, al final cuando los restos humeantes por el agua de los bomberos pude observar entre los restos calcinados la cocina intacta, el aceite y la grasa fosilizadas la protegieron de las llamas. Era indestructible.
El living era dominado por un gran sofá de color indefinible, se nota que en épocas pasadas tendría algún color distintivo, pero sería imposible descifrarlo en este momento. La cantidad de porquerías que tenía encima eran incontables, juguetes, cosas rotas, cajas de quien sabe que, ropa, tierra, mugre. Y no quiero olvidarme de todo lo que quedaba detrás y debajo del mismo, creo que hasta un monopatín y una patineta escondía el sillón-sofá patético. Acostarse o sentarse en él era una tarea más difícil que intentar contar las rajaduras en su cuerina. Indefectiblemente uno terminaba resbalando hacia el suelo y una avalancha de asquerosidades sin uso se desparramaba aún más.
Enfrente de esta monstruosidad había un televisor humilde, pero sucio. También una cantidad detestables de cosas encima de él, con tierra por supuesto. A su derecha un pequeño y hermoso bar de madera, en el cual hasta se podían colgar copas, claro está que también sufría los embates del tiempo y la suciedad, pila de papeles, boletas pagas y sin pagar tapaban lo que en una casa con gente normal hubiera sido una belleza de adorno.
El comedor es una parte que aún hoy, después que pasaron cuarenta y tres años sigo recordándolo como si fuera ayer mientras un escalofrío nace en mi nuca y se desplaza por toda la columna. La mesada que comúnmente en hogares civilizados se usa para lavar los implementos de cocina y preparar la comida, era un foco infeccioso capaz de quitarle la vida a un africano alimentado con sangre de murciélago y ratas. Como nota sobre esta cuestión luego de pasar unos días en esa cocina precisamente tuve que soportar una semana completa de una fiebre terrible y un malestar general insoportable, agregándole una gripe atroz por la cantidad de bacterias que vivían y comían de esa cocina.
La mesada tenía costras de años, el olor a humedad ácida que emanaba de ella te quemaba la nariz. Los bordes tenían esa coloración típica que vez en los baños públicos que durante años nadie limpió. El solo pensar que en esa pileta se lavaban los platos, daban ganas de vomitar.
La cocina realmente tendría que ser un capitulo completamente separado de esta historia tétrica, alucinógena y terrorífica. Las hornallas no se reconocían como tal, por los bordes chorreaba la grasa y el aceite solidificado por el tiempo, al abrir la puerta del horno, el golpe de ver dentro y encontrar varios sartenes irreconocibles por el aceite quemado solidificado, ni con un cuchillo se le podía sacar la costra, la esponja de acero más dura no pudo hacerle ni un rayón a esa superficie asquerosa. En el piso del horno y paredes había restos de comida de quien sabe cuando ahí podridas. Realmente la cocina no se podía limpiar con ningún producto químico ni con herramientas industriales, estaba para tirar a la basura.
La heladera, al abrirla fue lo mismo que con la cocina, una inmensa pena por el artefacto que en el mejor de los casos y nueva, hubiera sido una preciosura. Lo peor de todos, es que había comida podrida junto con yogures abiertos para el bebé que vivía en la casa. Ahí directamente la dejadez de estas personas es comparada con intento de asesinato, porque tranquilamente la niña se podría morir de cualquier enfermedad pescada entre la cocina, la mesada y el comedor.
Lo preocupante fue conocer el baño, la tarea de aguantar las ganas de usarlo fue toda una tortura, hasta el último minuto cuando ya estaba que explotaba tomaba coraje y entraba. La ducha era otro tema, imagínense el piso de una peluquería desaseada y agréguenla encierro y humedad. la pileta para lavarse las manos era un foco infeccioso, manchas, pelos, restos de jabón, pasta dental y cosas verdes pegadas por ahí. Por todos lados se veían pelos, todo tipo de pelos, pedazos de papel higiénico por los rincones, se notaba que jamás se había barrido ni baldeado el piso con lavandina o desinfectante. Era preferible sentarse en la boca de un lobo hambriento y con alguna peste que en el inodoro. Las paredes destilaban moho y manchas viejas, antiquísimas.
El patio de la casa apestaba también, quizá aún más, ya que tenían a un perro en él. Supuestamente el lugar era higienizado…en algún momento del mes. Medió lástima el perro que tuviera dueños así, teniendo que vivir en su propia inmundicia y muerto de hambre por lo visto.
Los dos dormitorios que contaba esta casa eran realmente un desastre, yo creo que ni la bomba de Hiroshima podría haber hecho tal cosa. Para poder limpiar una habitación, sería necesario quitar todo lo que había en ella, rasquetear las paredes y el piso, quemar todas las cosas inservibles que tenían debajo de la cama.
Todos mis esfuerzos fueron en vano, un par de cientos de pesos gastados en productos de limpieza y nada se pudo hacer, la casa seguía como querían que esté sus dueños, sucia e inhabitable.
Cuando la veía arder me sentí bien, pude ver en el frente como las ventanas explotaban por el fuego, nunca fuí tan feliz, le quité la vida a la casa, pero se la devolví al mismo tiempo, al final cuando los restos humeantes por el agua de los bomberos pude observar entre los restos calcinados la cocina intacta, el aceite y la grasa fosilizadas la protegieron de las llamas. Era indestructible.
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