viernes, 6 de enero de 2012

MUGRE

La mugre que tenía esa casa era impresionante, el asco dominaba mi interior, ya que sería muy descortés demostrarlo con el rostro. Pero sería prudente enumerar las miserias de esa casa, para iluminar el camino y la mente de otros, evitando así la caída en cuevas nauseabundas como esa.
El living era dominado por un gran sofá de color indefinible, se nota que en épocas pasadas tendría algún color distintivo, pero sería imposible descifrarlo en este momento. La cantidad de porquerías que tenía encima eran incontables, juguetes, cosas rotas, cajas de quien sabe que, ropa, tierra, mugre. Y no quiero olvidarme de todo lo que quedaba detrás y debajo del mismo, creo que hasta un monopatín y una patineta escondía el sillón-sofá patético. Acostarse o sentarse en él era una tarea más difícil que intentar contar las rajaduras en su cuerina. Indefectiblemente uno terminaba resbalando hacia el suelo y una avalancha de asquerosidades sin uso se desparramaba aún más.
Enfrente de esta monstruosidad había un televisor humilde, pero sucio. También una cantidad detestables de cosas encima de él, con tierra por supuesto. A su derecha un pequeño y hermoso bar de madera, en el cual hasta se podían colgar copas, claro está que también sufría los embates del tiempo y la suciedad, pila de papeles, boletas pagas y sin pagar tapaban lo que en una casa con gente normal hubiera sido una belleza de adorno.
El comedor es una parte que aún hoy, después que pasaron cuarenta y tres años sigo recordándolo como si fuera ayer mientras un escalofrío nace en mi nuca y se desplaza por toda la columna. La mesada que comúnmente en hogares civilizados se usa para lavar los implementos de cocina y preparar la comida, era un foco infeccioso capaz de quitarle la vida a un africano alimentado con sangre de murciélago y ratas. Como nota sobre esta cuestión luego de pasar unos días en esa cocina precisamente tuve que soportar una semana completa de una fiebre terrible y un malestar general insoportable, agregándole una gripe atroz por la cantidad de bacterias que vivían y comían de esa cocina.
La mesada tenía costras de años, el olor a humedad ácida que emanaba de ella te quemaba la nariz. Los bordes tenían esa coloración típica que vez en los baños públicos que durante años nadie limpió. El solo pensar que en esa pileta se lavaban los platos, daban ganas de vomitar.
La cocina realmente tendría que ser un capitulo completamente separado de esta historia tétrica, alucinógena y terrorífica. Las hornallas no se reconocían como tal, por los bordes chorreaba la grasa y el aceite solidificado por el tiempo, al abrir la puerta del horno, el golpe de ver dentro y encontrar varios sartenes irreconocibles por el aceite quemado solidificado, ni con un cuchillo se le podía sacar la costra, la esponja de acero más dura no pudo hacerle ni un rayón a esa superficie asquerosa. En el piso del horno y paredes había restos de comida de quien sabe cuando ahí podridas. Realmente la cocina no se podía limpiar con ningún producto químico ni con herramientas industriales, estaba para tirar a la basura.
La heladera, al abrirla fue lo mismo que con la cocina, una inmensa pena por el artefacto que en el mejor de los casos y nueva, hubiera sido una preciosura. Lo peor de todos, es que había comida podrida junto con yogures abiertos para el bebé que vivía en la casa. Ahí directamente la dejadez de estas personas es comparada con intento de asesinato, porque tranquilamente la niña se podría morir de cualquier enfermedad pescada entre la cocina, la mesada y el comedor.
Lo preocupante fue conocer el baño, la tarea de aguantar las ganas de usarlo fue toda una tortura, hasta el último minuto cuando ya estaba que explotaba tomaba coraje y entraba. La ducha era otro tema, imagínense el piso de una peluquería desaseada y agréguenla encierro y humedad. la pileta para lavarse las manos era un foco infeccioso, manchas, pelos, restos de jabón, pasta dental y cosas verdes pegadas por ahí. Por todos lados se veían pelos, todo tipo de pelos, pedazos de papel higiénico por los rincones, se notaba que jamás se había barrido ni baldeado el piso con lavandina o desinfectante. Era preferible sentarse en la boca de un lobo hambriento y con alguna peste que en el inodoro. Las paredes destilaban moho y manchas viejas, antiquísimas.
El patio de la casa apestaba también, quizá aún más, ya que tenían a un perro en él. Supuestamente el lugar era higienizado…en algún momento del mes. Medió lástima el perro que tuviera dueños así, teniendo que vivir en su propia inmundicia y muerto de hambre por lo visto.
Los dos dormitorios que contaba esta casa eran realmente un desastre, yo creo que ni la bomba de Hiroshima podría haber hecho tal cosa. Para poder limpiar una habitación, sería necesario quitar todo lo que había en ella, rasquetear las paredes y el piso, quemar todas las cosas inservibles que tenían debajo de la cama.
Todos mis esfuerzos fueron en vano, un par de cientos de pesos gastados en productos de limpieza y nada se pudo hacer, la casa seguía como querían que esté sus dueños, sucia e inhabitable.
Cuando la veía arder me sentí bien, pude ver en el frente como las ventanas explotaban por el fuego, nunca fuí tan feliz, le quité la vida a la casa, pero se la devolví al mismo tiempo, al final cuando los restos humeantes por el agua de los bomberos pude observar entre los restos calcinados la cocina intacta, el aceite y la grasa fosilizadas la protegieron de las llamas. Era indestructible.

3 comentarios:

  1. por lo menos usaban jabon y dentifrico! no puedo decir hermosa descripcion ...pero si impecable y si , le despierta a uno el instinto incendiario ! abrazos !

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  2. era como estar en el medio de un terremoto!!!! ni un rincón de esa casa se salvó???.. muy bueno este cuento!!! abrazo Gabriel!!!

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  3. realmente es la casa de la mugre....

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