La espera fue desesperante, más que las otras siete operaciones. Desesperado por el tiempo, quería estar en condiciones para el día del padre, pasar ese día con su hija,
-¿Cómo se siente?
Como siempre respondió, -apurado.
La pasaron a la camilla de cirugía y lo llevaron por el mismo pasillo que meses atrás. Esta vez el médico con mejor semblante, ya sabiendo con lo que debía luchar, le daba mucho ánimo al paciente. Luego de la consabida peridural (ya nunca más anestesia general por suerte) lo acostaron y procedió a adivinar que hacían con él. El aparato que media sus latidos y la presión lo distraían un poco. Una hora después el médico termina su trabajo, contento le dice que pudo sacar todo, del tamaño de una pelota de ping pong esta vez. Una noche de internación y luego al depto a descansar unos días, nuevamente el bastón en su vida, pero por un tiempo. Mucho dinero gastado en el viaje, muchos prestamos y gente que presto plata, pero no le importaba todo lo que debía, estaba feliz, no podía sacar de su mente el viaje que podría hacer ahora al sur, la emoción llenaba su pecho.
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