La
desazón le comía el alma, luego de su segundo plato de sopa, el calor del
líquido no pudo reponer ese corazón frío y abandonado.
Sin
familia, hijos ni nadie que le acompañara, era otra nochebuena que la pasaría
solo con su plato de sopa.
La vida
da y quita, pero también están los que ayudan a esas necedades terrenales.
Había dejado de odiar, lo que le quitaron se le volvería en contra a ellos con
el paso de los años, las preguntas que no podrían responder. El porque de las
cosas. Decisiones estúpidas tomadas apresuradamente, alejamientos y negaciones.
Pero él estaba tranquilo con eso, no era culpable de los actos y decisiones de
los demás, se caga en ellos en realidad.
Pero la
soledad de fiestas, cumpleaños y algún acontecimiento importante en su vida le revolvía
el estómago, por eso solo podía tomar sopa.
Tampoco
soportaba la estupidez de la gente, tradiciones vanas, desmembradas y
desvirtuadas, acaso ¿Jesús había nacido a las doce de la noche en punto? ¡Qué
puntería! Entonces ¿Por qué mierda festejan y brindan a las doce de la noche?
Si el nacimiento fue en la mañana de navidad, por eso se llama….mañana de
navidad. En fin, esas cosas le sacaban de quicio, esas imbecilidades de
religiones inventadas por el hombre y que la manada de simios roza cruces solo siguen
ciegamente sin preguntarse eso, lo más simple de todo…¿Es navidad o año
nuevo?...como festejamos a las doce en punto.
Terminada
la sopa, se tomó un momento para reírse de él mismo, abrió la puerta de su
departamento y mirando el cielo nublado y lluvioso, comenzó a reírse, ya eran
las doce. Podía escuchar a los vecinos brindando y vociferando la navidad (que
aún no había llegado por lógica) y comenzaron las luces en el cielo, para
completar el panorama de la ridiculez, ya que la tradición de festejar con
petardos y luces explosivas era de los chinos y no de los católicos, pero el no
era quien para enderezarle la tradición deformada a los religiosos.
Después
de un rato de mirar el infinito juego de colores atmosféricos, su corazón se
despertó, hubo un atisbo de necesidad, de estar con alguien a quien poder
abrazar y decirle feliz navidad. Sus ojos se llenaron de lágrimas que nadie
podía ver. Sus manos se crisparon por las ganas de también salir a la calle y
tirar pirotecnia mientras la familia miraba, pero él no la tenía.
En cada
estampida de colores el rogaba, deseaba, que la navidad también llegara a su
puerta, tener un pinito, ver las luces en la noche reflejada en las paredes, un
pan dulce en la mesa, turrones y risas, risas de personas y niños.
Y salió,
salió a la calle, extendió los brazos al cielo y pidió que el milagro de la
navidad lo embargara y embriagara por completo a él también. En ese instante
una bala pérdida que algún paisano habrá disparado al cielo le dio de lleno en
la cabeza, dejándolo tirado en un charco de su sangre.
Los
vecinos se acercaron sin saber que había pasado, algunos alcanzaron a escuchar
sus últimas palabras antes de morir.
¡Todavía
no es navidad!