domingo, 5 de enero de 2014

EL DELANTAL



Tenía los ojos enrojecidos por la furia. Cortaba las articulaciones con una cuchilla grande  de carnicero. El delantal manchado de sangre goteaba el líquido hasta el piso, salpicando las botas de goma que se había puesto.
Las articulaciones no eran una preocupación para él. Había estudiado mucho como destazar y cortar articulaciones con su cuchillo.
Trataba de serenarse para hacer las cosas bien, pero el odio le carcomía la cabeza, su corazón latía a tal punto que creyó le daría un infarto.
Intentó respirar más tranquilo, aspirando profundamente el aire varias veces, pero al ver el desastre que era la mesa, le daba más bronca aún.
El delantal verde camuflado que usaba en ese momento esta completamente teñido de sangre, quizá hasta debería quemarlo para no dejar rastros, no confiaba en su lavarropas, siempre podía quedar alguna prueba incriminatoria.
Sus manos iban y venían, el cuchillo en ellas parecía danzar en un baile macabro.
En un momento escuchó ruidos y su corazón casi se paralizó por el terror. El reguero de sangre que dejó desde la cocina hasta la puerta de entrada parecía la alfombra roja que usaban los famosos.
No había nadie. Se sentía casi paranoico. No quería que le pescaran en pleno acto. Miro las casas de los vecinos, ni una luz que indicara que alguien lo estaba espiando. Por las dudas se acercó hasta el muro y se asomó a mirar. Solo había un perro dormido. Volvió a la cocina más aliviado.
Siguió con el ritual del cuchillo. Estuvo así un par de horas más. Cuando terminó guardó los restos en una bolsa y tranquilamente se preparó para bañarse y quitarse todo indicio que le delatara. Puso el delantal verde a lavar, no daba para quemarlo, cada vez tendría que comprar uno nuevo y le saldría carísimo.
Se estaba bañando cuando escuchó un auto que estacionaba en la entrada de su casa. A pesar de lavarse con agua caliente un sudor frío corrió por su espalda. Tenía terror que su mujer se diera cuenta.
Cuando sale, encuentra a su mujer sentada en el sillón llorando. En sus manos estaba el delantal que a pesar del agua y el jabón, no se le habían ido las manchas de sangre.
Su propia sangre se agolpó en su cabeza. Fue como un martillazo a los sentidos. Se sentó en una silla frente a ella, no podía hablar, solo esperaba la interrogación.
—¿Qué locura hiciste ahora? Pregunta ella gritándole.
Después de una pausa casi eterna el contesta.
—Pensé que nunca te darías cuenta. Lo hice por los dos. Necesitaba hacerlo.
—¿Vos sabes las consecuencias de esto? Le pregunta enjugándose las lágrimas con el delantal.
—Sí —responde asintiendo con la cabeza, mientras unas gotas de sudor de miedo cayeron para confundirse con la sangre que había quedado sin limpiar en el suelo. Al darse cuenta de esto rompe en llanto.
—Quise lo mejor para los dos. Pero sé que no alcanza. No alcanza.
Se levanta y abre el horno de la cocina, dentro en una bandeja se cocinaba un pollo. Los restos de un pollo destrozado mal cortado.
—Quería darte la sorpresa de cocinar para vos.
Ella tomó el delantal rojo en sangre que anteriormente había sido verde, se acercó hasta el tacho de la basura y lo metió en el.
Volvió a sentarse en el sillón.
Las lágrimas corrían abundantemente por su cara, mojando su camisa.
—Pensé era lo mejor para los dos —le dice él en un vano intento de encontrar consenso.
—Hiciste mierda el pollo estúpido. Ahora voy a tener que cocinar yo — le grita la mujer.
En la casa se hizo el silencio.