martes, 7 de abril de 2015
EL PENSADOR PROFUNDO
Existió un hombre hace tiempo que decidió ir a una plaza, sentarse y ponerse a meditar. Eligió un buen lugar, muy aireado, fresco y con sombra. Tomó posición en el césped, cruzó sus piernas y apoyo sus manos en ellas. Las personas que por ahí pasaban no le prestaron atención, tampoco la gente que en ese momento disfrutaba en familia de la plaza. Pero algunas horas después algunos se dieron cuenta que ese hombre estuvo todo el día sentado sin moverse y con los ojos cerrados. Temprano de mañana quienes pasaban por ese lugar para ir a trabajar, los niños a las escuelas y circunstanciales caminantes se dieron cuenta que había pasado la noche meditando. Varios se acercaron para ver si estaba vivo, otros llamaron a la policía y como siempre se necesita rellenar espacios, los noticieros. La policía mucho no pudo hacer, ya que el hombre no violaba ninguna ley ni ponía en riesgo a terceros, la prensa entrevistó al canillita de la plaza, al paseador de perros, al que vendía pochoclos, a la gente curiosa, incluso al placero y nadie sabía quién era ni porque seguía meditando. Pasó la mañana, la gente siguió su camino, los noticieros otras irrealidades del país y pasó la tarde. La noche apareció con lluvia y todos huyeron a sus refugios habituales. El hombre seguía ahí, sentado, en silencio.
Luego de las lluvias comenzaron las caminatas de las personas y volvieron a recordar al hombre, que no salía de su trance. Reaparecieron los medios, policías, médicos, políticos, hasta los abogados se acercaron para averiguar si era una protesta en la cual podrían intervenir. Incluso el nuevo presidente en un discurso lo nombró como mal ejemplo de aquel que medita en silencio en "esa" plaza que seguro no habla con los demás porque ya lo sabe todo, y que confiese y comparta ese conocimiento con los demás, que era una herejía no hacerlo. En internet la cosa era más peleada, se discutía su inclinación política, si era un extremo radical que armaba bombas, otros que seguramente era un extremo religioso, que también fabricaba bombas, o que solo era un loco...que fabricaba bombas. A todo esto pasaban los días, mientras la gente discutía en todos lados el hombre seguía quieto, no dormía, no comía, no iba al baño, no hablaba ni abría los ojos. Pasaron semanas, los médicos decían que algunos faquires dominaban tanto su cuerpo que podían estar tres meses sin comer. Así que todo el mundo quedó expectante. Luego de cuatro meses igual, la gente comenzó a decir que era extraterrestre, enviado de Dios, Jesús reencarnado, un mutante, un estafador, un linyera, incluso alguien dijo que era el chino "cirujano" de Crónica Tv que vendía cotorras en la plaza. Una infinidad de locuras. Y seguía pasando el tiempo. Al año de su aparición se hizo un acto en la plaza, se cantó el himno y se lo declaró ciudadano ilustre de la ciudad. La gente ya se acercaba a dejarle estampitas, botellas con agua al estilo difunta Correa, le colgaban banderas de Boca en la espalda (algunos creían que seguro era de River y que tendría frío), hasta tuvieron que rodearlo de rejas para protegerlo del ataque de los locos que a palazos querían "despertarlo”. A todo esto se cumplieron diez años de la sentada, el mismísimo presidente de la nación presidió el acto-desfile cívico militar. Para esa época un inteligente hombre de negocios compró toda la zona y sobre él construyó un shopping, con el hombre como atracción central delante de una gran fuente de agua con chorros de veinte metros de altura. Así que uno podía tomar algo, pasear, ir de compras o simplemente ir hasta el pensador y arrojar unas monedas a la fuente esperando que el tipo te cumpla tu deseo. Pasaron cincuenta años de aquel primer día, él seguía igual, otro acto gigantesco y en el medio del discurso del emperador presidencial electo, el pensador abrió los ojos. En la pantalla gigante de un millón de pulgadas la multitud veía al hombre parpadear y sus labios comenzaron a moverse, el micrófono que le apuntaba esperando algún día captar un sonido repitió en los altoparlantes tres palabras que se hicieron eco en el murmullo de la gente..."quiero un pebete". Los soldados del emperador corrieron hasta un carrito de panchos que también hacían pebetes, un par de tiros al aire y el dueño estuvo de acuerdo en ceder todos los pebetes en honor del pensador. No se atrevían a preguntarle de que quería su pebete, así que le acercaron el carro para que elija y varios jugos para tomar. El hombre agarro uno de salame y queso más un jugo saborizado de limón y se puso a comer. La multitud estallo en gritos de alegría, la gente se abrazaba y lloraba de la emoción, en la cara del emperador se dibujó una tímida sonrisa, nunca antes vista, ni siquiera cuando invadió Europa se lo vio tan feliz. Y aquel hombre seguía comiendo, se terminó su jugo y volvió a la misma posición que tuvo durante 5 décadas. Las risas y aplausos se fueron apagando, el furor fue menguando hasta transformarse en un silencio espectral. Luego de esta triunfal caída en el renacimiento del pensador, todos volvieron a sus quehaceres, la gente a trabajar, los medios a desinformar, el emperador presidencial electo continuo invadiendo otros continentes y el pensador, siguió pensando. Siguieron pasando los años y todo seguía igual, comenzó un grupo de personas a decir que era un Dios vivo a lo cual llevó a una discusión casi sin límites entre las distintas religiones del mundo. Se creó la Iglesia del Pensador Profundo, así le llamaron. Llegó a tener cinco millones de seguidores. Veinte años después de esto lo propusieron para ser el nuevo Emperador presidencial Electo, a lo cual el no opuso resistencia, hacía más de setenta años que no decía una palabra. Por supuesto que ganó avasalladoramente. Se nombró un regente vitalicio en su nombre el cual inventó el nuevo orden mundial. La iglesia creció y de a poco fue ganándole más espacio a las otras religiones hasta desarmarlas por completo. Y así fue como nació el nuevo día en el mundo. Al cumplirse los cien años del mutismo del Pensador, el regente decidió hacer la fiesta más grande de la historia que duraría un año entero. Ese día estaban todos preparados, esperando el despertar de ese letargo. Alrededor de él se congregaba más de un millón de personas, todos en silencio esperando que abriera los ojos. Ya no había carritos con panchos y pebetes. Eran edificios de cemento decorados con oro y plata, tal así era el dinero que habían ganado. Llegado el momento de su despertar, el Pensador Profundo abrió los ojos y como lo hizo cincuenta años atrás pidió un pebete. Sabiendo los gustos del hombre-Dios, delante de él estaba el mejor pebete de la historia mundial, un chef muy reconocido había ganado el concurso mundial para elaborar esta exquisitez y había hecho una obra de arte. Con lágrimas en los ojos por la emoción se acercó y en una bandeja de plata le ofreció el alimento. Mientras masticaba y el mundo entero en vivo veía el placer en sus ojos al saborear ese manjar, miró a su alrededor y dijo estas palabras...-¿Qué han hecho por ustedes mismos? Y luego de eso, cerró los ojos y volvió a su meditación.
La gente congregada ahí sintió esas palabras como dagas en su pecho. De a poco, como si fueran uno mismo, todos se dieron media vuelta y se fueron a sus casas, continuaron con sus trabajos y en sus mentes resonaban esas palabras.
Otros cincuenta años pasaron y esperando casi de la misma forma, solo que esta vez ya no había un regente, era un niño el que dominaba el mundo todo. Con su sapiencia había logrado descifrar esas palabras y con ese poder había tomado la batuta para dominar al resto. Vale comentar que la vida no era como cuando todo empezó ciento cincuenta años atrás. La vida y los hombres habían cambiado mucho. Las escuelas del Pensamiento Profundo habían logrado llevar la mente a niveles insospechados. Pero todos seguían esperando el despertar de su ya declarado dios Omnipotente. Pero aquello no pasó. Esperaron otros cincuenta años y nada, siguió corriendo el tiempo inexorablemente.
Miles de años después por fin abrieron los ojos. No había una multitud esperando. Se levantó y recorrió el lugar. Todo vacío. Caminó por la ciudad vacía hasta llegar a un gigantesco templo. Tenía una cúpula hermosa hecha de piedra pulida, de sus paredes colgaban pinturas que recreaban los momentos que todos esperaban juntos que él despertara y los iluminara con su meditación. Llegó hasta unas columnas que centraban un gran círculo de mármol. En cada esquina de aquellas columnas había seis sillas de oro y en ellas estaban sentados cinco hombres vestidos de blanco, eran los últimos que quedaban en la tierra. Se escuchó una puerta que se abría y de ella salió un niño. Su cara se iluminó de emoción al verlo, se arrodilló frente a él y le beso los pies. En silencio se incorporó y tomándolo de la mano se acercaron a los hombres. Todos al mismo tiempo abrieron los ojos. -Bienvenido maestro -dijo uno de ellos, mientras se levantaba de su silla y le besaba los pies. Con la mano le indicó su lugar al lado de ellos.
El Pensador profundo se sentó en la silla que quedaba vacía y antes de volver a su eterna meditación preguntó:
-¿No hay pebetes?
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