viernes, 24 de septiembre de 2010

MONTAÑA



Al despertarse en la obscuridad, se dio cuenta enseguida en donde se encontraba y recordó el ruido atronador que asoló la montaña. Enterrado en la nieve sin poder ver la luz del día. La desesperación ganó su mente y su cuerpo unos instantes. Intentó inútilmente escarbar en la dura pared que lo rodeaba, intentos en vano ya que la nieve tenía una altura de metros por encima de él. Buscó en su campera el encendedor que siempre llevaba por seguridad, iluminando el lugar pudo comprobar su situación. Al apagar la luz para ahorrar el gas, caviló mucho sobre que haría y si tenía posibilidades de salir con vida. Sabía que el abatimiento era el fin del montañista, todos sabían eso.
Días atrás comenzó el ascenso al cerro maravillado por la naturaleza que encontraba a su paso, animales salvajes y aves de la zona nunca antes vista por él. El sol comenzaba a calentar mientras caminaba el sendero poco transitado, quería ver algo inhóspito y crudo, sin haber sido antes observado por algún humano. Quizá este fue el error que cometió, inexperto en esos lugares sin conocerlos más que por un mapa satelital indicando montañas y cerros. El sendero se iba estrechando cada vez más, donde ya tuvo que abrirse paso por los cañaverales a punta de machete. Las nubes comenzaron a cubrir lentamente el cielo, sospechando lo que indicaban esas nubes, se preparó para una tormenta rápida, esa que temen tanto los que escalan montañas. Una nevada intensa lo cubrió en pocos minutos, buscaba cegado por los copos intensos un lugar donde guarecerse ya que no podía construir un refugio en tan poco tiempo y sin poder ver más allá de unos metros. De pronto chocó contra una roca, dándole la vuelta rogando que del otro lado hubiera una cueva para protegerse, escucha un ruido. Al mirar hacia arriba ve como en cámara lenta, una pared de hielo se desprende de la montaña arrastrando todo a su paso. Unos segundos eternos duró el momento, cerró los ojos esperando el golpe de la nieve acumulada y los árboles que se desprendieron a su paso. La ráfaga de viento llego primero arrancándole el casco y los anteojos de sol, la nieve lo revolcó cientos de veces y él esperaba el chasquido que indicara algún hueso roto por el ímpetu del golpe. Al perder el conocimiento su último pensamiento fue para su hija de un año que lo esperaba ansiosa en la cabaña de sus correrías en la montaña. Siempre le llevaba algún recuerdo de los lugares que visitaban, al cual ella degustaba enormemente jugando olvidándose del mundo. A veces la veía por la ventana espiando, como si esperara su vuelta. Eso lo enternecía aún más de lo que ya la amaba, por ser su hija y la luz de sus ojos.
No permitía dormirse, la somnolencia lo atontaba y le impedía pensar correctamente, lo primero al quedarse solo en la montaña y perdido era no dormir, de eso no se despertaba más. Casi congelado se frotaba las manos y los pies, eso le decía que ya tenía principio de hipotermia, mal que ataca rápidamente. Ya sin saber que hacer e intuyendo cual sería el final de su viaje, busco entre sus ropas el cuaderno de viaje que usaba para plasmar todo lo que veía y sentía en sus salidas, y comenzó a escribir.

Amor mío: lamento que sean nuestras últimas palabras y que solo salgan de mi mano, en vano este viaje hemos realizado, todo lo que tanto añoré y busqué solo lo he vivido a tu lado. Quisiera que esto fuera de otra forma, no tengo forma de despedirme, solo quiero que me recuerdes con cada momento hermoso que pasamos, dejando de lado algunas tristezas y soledades al dejarlas de lado por una montaña lejana e inaccesible, solo quiero que sepas que todo lo que hice, lo hice por ustedes que fueron lo mejor que viví. Siempre fueron ese sendero que me llevaron a la luz del atardecer, hermoso y rojizo. Gracias amor por quererme más allá de todo y cuidarme.

Hija mía de alma: largo es el camino que deberás recorrer para leer estas palabras, pero se que tu madre te leerá esta carta muchas veces hasta que puedas hacerlo sola. El calor que tengo en el pecho es lo que siempre me abrigó por las noches al verte dormir. Nunca necesité tanto tener a una persona al lado mío y siempre fuiste tú. Porque me iluminaste todo este camino con tu sonrisa, cada vez que subía una montaña hasta su cumbre era solo para poder gritar tu nombre, ese que te di yo y te identifica conmigo, como tu papá. Miles de besos y abrazos te dí, solo para que crezcas amada y contenida. Y muchos besos más te esperan aún en tu vida, solo te pido que cada vez que mires el horizonte, puedas ver la sinuosidad hermosa y casi perfecta del bosque a la sombra de un risco. Es inevitable que sientas mi presencia en ese momento ya que estaré a cada momento y paso que des, ayudándote a encontrar tu propio camino de la mano de los que te amamos.

Te amo, papá.

Al terminar de escribir, guardó muy bien las cartas en su pecho, cerca del corazón y se durmió, soñó con risas y caricias de manos pequeñas antes de morir.



Gabriel
24/09/10

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