jueves, 7 de febrero de 2013

NACAR



El loco de la playa le decía la gente. La gente ya se había olvidado hacía cuanto tiempo estaba ahí. Llegó una vez y nunca más se fue.
Cuentan algunos entendidos que el hombre llegó décadas atrás con su familia. Un día salio a caminar por la playa muy temprano, ese fue el momento esperado en donde lo abandonaron. Los más viejos dicen que andaba dormido por la arena, como drogado.
En realidad nadie tiene la certeza como fue a parar ahí. A nadie ya le importa.
El loco de la playa le decía la gente.
Vivía en una carpita casi choza en el camping municipal. Salía todas las mañanas casi con el amanecer a caminar por la arena, llegaba tan lejos que se perdía de vista en la playa, volvía horas después cargado de ostras nacaradas, que con el paso del tiempo, el agua de mar y la arena han pulido tan perfectamente que solo quedó el nácar. Ponía sus tesoros arriba de una mesa grande de madera que antiguamente mantenía en perfecto orden un rollo de cable de luz, esos que parecen el dedal de un gigante.
Y así pasaba todo el verano. Cuando el turismo se iba y solo quedaba la frialdad del mar, él también partía. Nadie sabe donde.
Las personas que por primera vez se lo cruzaban pensaban que estaba buscando a alguien. Porque continuamente miraba el horizonte de la playa, como si esperara que le fueran a buscar.
El loco de la playa le decía la gente.
Se hizo tan famoso que la televisión del pueblo cercano se acercó a su covacha para hacerle una nota. El los miraba silencioso mientras las lágrimas rodaban por su cara barbuda. El sollozo silencioso fue detonado por una sola pregunta de la periodista.
—Usted, ¿a quién espera?
La montaña de nácar era enorme, nadie se atrevía a tocar ni una sola ostra ni tampoco decirle que no llevara más al camping sus tesoros.
A veces la gente le ofrecía un mate para tomar, para que se hidratara un poco el viejo con tanto calor abrasador. El solo contestaba que con la pipa le alcanzaba.
Eran incontables las personas que se querían sacar fotos con el loco, su pipa y la bolsa de nácar que llevaba siempre al hombro, pero los guardavidas que lo querían como si fuera su abuelo los espantaban para que no le atosigaran. No era una atracción más de la playa.
Un verano el loco de la playa no apareció. Se tejieron muchas conjeturas al respecto. Algunos decían que encontró lo que tanto buscaba y casi en un murmullo decían que era una mujer. Los más atrevidos decían que seguro había muerto y estaba flotando en el mar para pasto de los tiburones y afines.
Pero todos, los nuevos y los viejos turistas de la zona, aunque no estuvieran parando en el camping pasaban a ver la montaña de ostras nacaradas que refulgían con el sol.
Nadie nunca se atrevió a tocar ni una de ellas.
Eran su tesoro.
Eran para ella.

3 comentarios:

  1. A PESAR DE SU TRISTEZA, ES UN CUENTO LLENO DE TERNURA DONDE SE PLASMA LOS SENTIMIENTOS, DE UNA MANERA CLARA, Y PURA, Y ESA PREGUNTA: UD A QUIEN ESPERA? GRACIAS POR ABRAZARME CON TUS PALABRAS, TE ADMIRO MUCHO GABRIEL!!! UN ABRAZO

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  2. Yo solo espero al lector y que la magia que encuentra siga emocionandolo/a. Los personajes esperan...a que cuente sus historias. Que son mías...tuyas...de quien las lee. De quien quiera creerlas. De quien quiera soñarlas. De quien quiera revivirlas a mi lado, leyendo.
    Gracias por pasar

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  3. es verdad mucha magia y la sensacion de necesitar trasladarse hasta esas playas, ver el nacar y percibir una especie de melancolía, trsiteza y un dolor que se evidencia en lo escrito.A veces las esperas duran toda la vida, pero vivir con esperanzas de ver a quienes nos dejaron, de recordar a los que nos han hecho felices en momentos importantes de la vida, alcanza como le alcanzaba solo la pipa el viejo.... querido escritor!!!! en las cosas simples estan las verdaderos sentimientos del corazón. Que las letras de tus escritos sigan acompañándome Gracias....Abrazos Gabriel....

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