El loco
de la playa le decía la gente. La gente ya se había olvidado hacía cuanto
tiempo estaba ahí. Llegó una vez y nunca más se fue.
Cuentan
algunos entendidos que el hombre llegó décadas atrás con su familia. Un día
salio a caminar por la playa muy temprano, ese fue el momento esperado en donde
lo abandonaron. Los más viejos dicen que andaba dormido por la arena, como
drogado.
En
realidad nadie tiene la certeza como fue a parar ahí. A nadie ya le importa.
El loco
de la playa le decía la gente.
Vivía
en una carpita casi choza en el camping municipal. Salía todas las mañanas casi
con el amanecer a caminar por la arena, llegaba tan lejos que se perdía de
vista en la playa, volvía horas después cargado de ostras nacaradas, que con el
paso del tiempo, el agua de mar y la arena han pulido tan perfectamente que
solo quedó el nácar. Ponía sus tesoros arriba de una mesa grande de madera que
antiguamente mantenía en perfecto orden un rollo de cable de luz, esos que
parecen el dedal de un gigante.
Y así
pasaba todo el verano. Cuando el turismo se iba y solo quedaba la frialdad del
mar, él también partía. Nadie sabe donde.
Las
personas que por primera vez se lo cruzaban pensaban que estaba buscando a
alguien. Porque continuamente miraba el horizonte de la playa, como si esperara
que le fueran a buscar.
El loco
de la playa le decía la gente.
Se hizo
tan famoso que la televisión del pueblo cercano se acercó a su covacha para
hacerle una nota. El los miraba silencioso mientras las lágrimas rodaban por su
cara barbuda. El sollozo silencioso fue detonado por una sola pregunta de la
periodista.
—Usted,
¿a quién espera?
La
montaña de nácar era enorme, nadie se atrevía a tocar ni una sola ostra ni
tampoco decirle que no llevara más al camping sus tesoros.
A veces
la gente le ofrecía un mate para tomar, para que se hidratara un poco el viejo
con tanto calor abrasador. El solo contestaba que con la pipa le alcanzaba.
Eran
incontables las personas que se querían sacar fotos con el loco, su pipa y la
bolsa de nácar que llevaba siempre al hombro, pero los guardavidas que lo
querían como si fuera su abuelo los espantaban para que no le atosigaran. No
era una atracción más de la playa.
Un
verano el loco de la playa no apareció. Se tejieron muchas conjeturas al
respecto. Algunos decían que encontró lo que tanto buscaba y casi en un
murmullo decían que era una mujer. Los más atrevidos decían que seguro había
muerto y estaba flotando en el mar para pasto de los tiburones y afines.
Pero
todos, los nuevos y los viejos turistas de la zona, aunque no estuvieran
parando en el camping pasaban a ver la montaña de ostras nacaradas que refulgían
con el sol.
Nadie
nunca se atrevió a tocar ni una de ellas.
Eran su
tesoro.
Eran
para ella.
A PESAR DE SU TRISTEZA, ES UN CUENTO LLENO DE TERNURA DONDE SE PLASMA LOS SENTIMIENTOS, DE UNA MANERA CLARA, Y PURA, Y ESA PREGUNTA: UD A QUIEN ESPERA? GRACIAS POR ABRAZARME CON TUS PALABRAS, TE ADMIRO MUCHO GABRIEL!!! UN ABRAZO
ResponderEliminarYo solo espero al lector y que la magia que encuentra siga emocionandolo/a. Los personajes esperan...a que cuente sus historias. Que son mías...tuyas...de quien las lee. De quien quiera creerlas. De quien quiera soñarlas. De quien quiera revivirlas a mi lado, leyendo.
ResponderEliminarGracias por pasar
es verdad mucha magia y la sensacion de necesitar trasladarse hasta esas playas, ver el nacar y percibir una especie de melancolía, trsiteza y un dolor que se evidencia en lo escrito.A veces las esperas duran toda la vida, pero vivir con esperanzas de ver a quienes nos dejaron, de recordar a los que nos han hecho felices en momentos importantes de la vida, alcanza como le alcanzaba solo la pipa el viejo.... querido escritor!!!! en las cosas simples estan las verdaderos sentimientos del corazón. Que las letras de tus escritos sigan acompañándome Gracias....Abrazos Gabriel....
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