Se
sentía tan frustrado que las ganas de vivir se habían esfumado hacía mucho.
Solo continuaba con la rutina diaria que todo el mundo sigue, pero el resto
solo era tristeza y depresión.
No era
una depresión absoluta, esa que todo el mundo se da cuenta cuando le ve la cara
a alguien. Es de esas que no se ven, solo se sienten.
Su
corazón pesaba un millón de kilos, tal vez fue la soledad quien le hizo mella.
Porque a pesar que haber tenido pareja y familia, siempre se sentía solo y
vacío por dentro aún teniendo alguna novia ocasional.
Lo que
más le dolía era la ausencia de ella, la mujer más importante que pasó por su
vida y con la que siempre estuvieron en contacto, nunca se dejaron de ver,
visitar, charlar y contarse todo. Ella era su confidente, todo lo que le
pasaba o lo que hacía ella lo sabía
inmediatamente, la distancia era lo de menos, aunque viviera en otro país
siempre se verían, se sentían, mucho más allá de una separación y de la muerte.
El verdadero amor continúa, en otra forma, con otro estilo, pero siempre está,
los corazones gemelos no pueden estar separados. Pero la mezquindad de sus
hijos malcriados no le permitía que lo visitara a él. Cruce de palabras y
entredichos había dado por terminada la relación que tenía con los hijos de
ella, en realidad nunca los quiso, solo los soportó por ella, por su amor.
Porque no eran el reflejo de su madre (todo amor y dulzura) para nada. Solo
eran el reflejo exacto del padre, ausente y problemático, un mal padre. No
merecían su amor, no merecían nada en realidad. No eran buenos, no eran nada.
Pero la
chiquita, la más pequeña, era su luz. Era como su mamá, pero en chiquito. Así
la veía él. Enamorado de esas dos mujeres.
Pasaron
los años y el amor seguía, enseñándole cosas de la vida a la niña, enseñándole
a amar a la madre.
Pero
todo lo bueno termina, perdió su luz, perdió su niña. Su alma se extinguió y
con ella se fue medio corazón.
Pasó el
tiempo, pero el dolor aún se revolvía en su pecho. Era algo que no podía
olvidar, no podía perdonar.
Y así
continuaba la vida, a pesar de lo que pase, la vida continua inexorablemente,
sin pausas.
La
soledad de su alma no tenía descanso. A veces sumergía su cuerpo en el lago
cercano, con la esperanza que la profundidad lo llevara. Para fundirse con la
frialdad de las rocas sumergidas.
No
tenía sentido su vida, no encontraba algo que pudiera sacarlo de su dolor.
Pero no
vivía del dolor, como hacían otros. Algunos necesitan recordar todos los días
la causa de su dolor para poder sentirse vivos y darle un sentido inútil a sus
vidas, vivir para el dolor olvidando realmente la causa y dedicándole todos los
minutos de la vida a ser esclavo de los demás.
Pero él
no era así, era distinto. Realmente sufría, pero su dolor no era visible, no
podía tocarse. Solo quien le conocía en lo más profundo podía sentir su dolor,
podía entenderlo, podía curarlo.
Pero
ella se dedicó a vivir del dolor, porque es más fácil que curar y superarse.
El
hombre se entregó primero a lo inevitable, un día se fue a su lago y no volvió
más.
Lo
buscaron durante semanas, ganchos, buzos, sonares. Pero jamás encontraron ni la
ropa, ni un vestigio del cuerpo.
Las
aguas frías de montaña hacen bien su trabajo.
Años
después a un sector de la playa del lago le llamaron “La playa de las lágrimas”.
Cuentan que quien nada en esa parte siente una tristeza inmensa y que del fondo
sale un murmullo, una voz llamando, un ruego pidiendo compañía.
De
alguien que está solo.
Que triste historia, a veces no podemos olvidar, y a veces vivimos en el pasado, que nos agobia y oprime el pecho por el dolor de la perdida, que pena sentirse tan solo al punto de no tener otra oportunidad de ser feliz, salvo la muerte.gracias por escribir, un abrazo
ResponderEliminarlas historias pueden ser bellas o tristes, o las dos cosas. Lo bueno es tener la imaginación para contarlas.
EliminarGracias por pasar