miércoles, 20 de abril de 2022

TERAPIA






Ella era su amor. Había sido su amor, su faro. Por circunstancias de la vida ya no pertenecía a su corazón. Pero él siempre estaría amándola, de lejos y en silencio. Acompañándola a la distancia, protegiéndola de alguna forma desde las sombras.
Una afección rara la llevó al hospital, los médicos no sabían cómo actuar, una cirugía exploratoria y casi a ciegas quizá le salvaría la vida.
Él se enteró cuando ya estaba en terapia intensiva. Cuando todo había pasado.
Su desesperación de perderla no le dejaba pensar. Pero no “perderla” de pertenencia de egoísmo. El mundo no sería lo mismo sin su luz. Hacía mucho tiempo que su corazón había quedado vacío. Por más que lo intentara no podía amar a otra. Las mujeres pasaron y prefirió seguir solo. Esperando que algún día el universo conspirara y que ella volviera a amarle. Aunque sabía que esto sería imposible, prefería vivir hasta su muerte con la vaga esperanza de su amor, que creer que jamás sucediera, ese día que lo aceptara, moriría.
No soportó más no saber de ella. Si vivía o moría. Así que movió sus influencias dentro de ese hospital y un par de amigos y conocidos lograron que pudiera verla.
Le hicieron vestir en el office de enfermería, para que si la familia lo viera, creyeran que era un enfermero más que ingresaba a la sala de terapia.
El temblor que tenía en las manos y el cuerpo no le dejaba vestirse. La jefa de sector se apiadó de él y le ayudó a sacarse la ropa y ponerse el ambo. Le conocía, había sido su enfermera en varias cirugías que le habían hecho, y durante varias noches lo había cuidado. La mirada de complicidad y la sonrisa que ella le dio, lo tranquilizó un poco.
Le dio una palmadita en la espalda.
-Vamos. Ponete el barbijo y la cofia así entramos.
Sentía que flotaba con cada paso, era el miedo, el miedo a muerte que flotaba en el aire. El ruido a bombas que subían y bajaban, el respirador. Olor a alcohol puro y medicamentos. No se sentía la vida ahí. Era la entrada al infierno, ni el Dante se habría imaginado tal terror, de ver a tu amada en una cama rodeada de tubos, cables y muerte.
La enfermera tomo unas gasas grandes y un frasco de alcohol.
-Tomá – le dice. Mientras le ofrece una bandeja. Te toca lavarla.
La mira sin comprender.
-Un poquito de alcohol en la gasa y frotas suavemente los brazos, las manos, las axilas y…
-Sí, ya entendí –le interrumpe con una voz atragantada por el pavor.
El pavor de verla ahí, tirada como una muñeca de trapo.
Así que comenzó suavemente, casi sin tocarla. Sentía un amor reverente por ella. La adoraba, solo existía ella y su inteligencia, su forma de ser, en su mente. Claro que daría su vida por ella. Es algo que jamás dudaría. No tenía nada que perder.
Lavó suavemente los brazos, hombros, esquivando cables y tubos. Hubiera dado cualquiera cosa por cambiar de lugares.
Con muchísimo cuidado lavo su rostro, ese rostro con el que soñaba por las noches. Esa cara a la que iban sus últimos pensamientos cada vez que a él lo operaban. Con parsimonia, casi con solemnidad acomodó sus rulos, los acarició unos segundos. Las lágrimas enormes y silenciosas mojaban el barbijo y la pechera del ambo.
-Hablale –le dice la enfermera. Es probable que escuche, o que tu voz termine siendo parte de sus sueños. No se sabe. Nosotros les hablamos. A veces nos dicen que escuchaban voces. Quizá éramos nosotros.
Así que mientras terminaba de lavarla, le habló. Le dijo lo que sentía por ella. Le contó de su vida, su trabajo, de su hija. Le habló de sus cuentos y de que a veces escribía sobre ella. Y le pidió, le pidió que vuelva al plano de la vida, a la luz. Que eran muchos las personas que la amaban y la necesitaban.
-Te necesito, necesito que tu luz siga aquí –le dijo tomándole la mano.
-Despedite y vamos, la familia va a verla –le apura la enfermera.
Le besó la frente, acarició esos rulos perfectos una vez más y se fue sin mirar atrás. Como en las películas, no quería guardar quizá el último recuerdo de ella tirada en una cama, así. Prefería recordar ese beso.
Cuando salió esquivó a la familia y se fue.
Años después ella le escribió, habían pasado muchos años desde su último mensaje. Se contaron cosas, de la vida. Y le conto ella, que estuvo muy mal, a punto de morir.
Ah, algo creo que me contaron le respondió.
Y sonrió.



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