jueves, 17 de noviembre de 2016

LUZ

La extrañaba como nunca pensó podía hacerlo por alguien. Hacía años que no se veían ni hablaban, pero ella era la mujer de su vida. Estaba todos los días en su mente, aunque hubieran pasado cinco años, estaba presente. Seguía su vida de lejos, intentaba saber cómo estaba, si trabajaba, si estaba bien de salud. Un par de veces le había dado regalos para su cumpleaños, pero la frialdad de ella le quemaba le corazón. Claro, él tenía su nueva pareja. Y ella, hacía su vida. Un caballero no comenta las cosas que sabe.
Siempre decía que era la versión física mejorada de Anne Hathaway así de hermosa era, igual que la actríz, un poco áspera para quien no la conocía, con reacciones fuertes, incontrolables algunas veces. Pero una niña asustada por dentro. Una vez le había dicho que él la veía como una tonta, naif. No había entendido que la veía casi como un ángel, de piedra claro por su carácter. Pero limando las asperezas que todos tenemos, era la mejor persona que había conocido, la mujer más bella, la única que realmente había tocado su corazón. Nadie es perfecto, pero a sus ojos a ella le faltaban algunos puntos, para serlo. Rozando la genialidad en sus dibujos y pinturas, veía la realidad de otra forma, quizá nosotros no seamos capaces de ver las cosas de esa manera. Sentía la vida. Cuando algunos solo nos quedamos con la imagen tosca de la realidad, ella veía más allá.
Ni siquiera podía entender sus escritos, escapaban a su raciocino, ella debía explicárselo, ni así captaba la idea. Estaba más allá de su comprensión.
Y ahora a lo lejos veía todo eso y entendía porque la había dejado, el motivo de lastimarla. Le tenía envidia. Odiaba que tuviera esos dones y él no fuera nada.
No se había dado cuenta de lo más importante, ella lo amaba. Lo veía tal cual es, con virtudes y sus miles de defectos, y le amaba igual.
Pero su pecado fue más pesado en la balanza.
Ahora, años después, parejas después. Seguía pensando en ella. La veía, sola en su mundo sin que nadie la pudiera comprender. Ella también buscaba amor y creía encontrarlo, a veces las personas se aferran a lo que encuentran más cercano, para luego alejarlas con más facilidad cuando no concordamos.
En su momento no se atrevió a ir más allá, ella con sus dos hijos necesitaban amor y él en ese momento no era capaz de amar a nadie, ni así mismo. Hoy los ve de lejos, a veces se cruzan en la calle, miradas mudas, que ella no le sostiene ni dos segundos. Claro, es seguro una de las etapas más feas de su vida. Si supiera que fue la envidia del amor, el miedo a tener familia, a sentirse amado y necesitado. Él, que ni siquiera podía cuidar a su propia hija.
Ahora solo escribía, y todas sus poesías y cuentos eran para ella. Cada una de aquellas palabras tenía su nombre tatuado en el alma. Escribió novelas y esas historias eran sus historias o lo que hubiera querido vivir a su lado. Sus cuentos eran desgarradoras historias de soledad y de amor.
Incluso su seguro de vida estaba a su nombre. No sabía cómo borrar el dolor que le causó. Y todo esto no lo sabía. Ese hombre ya no existía en su vida, no le causaba nada, ni amor, odio, nada.
Extrañaba los tés de frutilla con wafles, su sonrisa y su pelo largo enrulado. Soñaba con ser parte de sus imágenes, tan perfectas de la vida. El contraste y los colores que registraba apretando un botón, la imaginaba mirando a través de ese lente y estar del otro lado sonriendo para ella.
Y eso núnca podría ser. Se estaba quedando ciego.
Fue hasta la plaza, para verla pasar una vez más. Y allí la vio con la cámara en su mano, feliz de la vida, sonriendo seriamente, concentrada con las flores, las aves y los árboles.
Se sintió bien por su felicidad, se puso los anteojos negros de nuevo y se fue a los tropezones hasta su casa. Se sentó en su cama a esperar que la obscuridad llene por completo sus ojos, porque su corazón estaba lleno de luz, la luz de los ojos de ella.

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