La extrañaba como nunca pensó podía hacerlo por alguien. Hacía años que
no se veían ni hablaban, pero ella era la mujer de su vida. Estaba todos
los días en su mente, aunque hubieran pasado cinco años, estaba
presente. Seguía su vida de lejos, intentaba saber cómo estaba, si
trabajaba, si estaba bien de salud. Un par de veces le había dado
regalos para su cumpleaños, pero la frialdad de ella le quemaba le
corazón. Claro, él tenía su nueva pareja. Y ella, hacía su vida. Un
caballero no comenta las cosas que sabe.
Siempre decía que era la
versión física mejorada de Anne Hathaway así de hermosa era, igual que
la actríz, un poco áspera para quien no la conocía, con reacciones
fuertes, incontrolables algunas veces. Pero una niña asustada por
dentro. Una vez le había dicho que él la veía como una tonta, naif. No
había entendido que la veía casi como un ángel, de piedra claro por su
carácter. Pero limando las asperezas que todos tenemos, era la mejor
persona que había conocido, la mujer más bella, la única que realmente
había tocado su corazón. Nadie es perfecto, pero a sus ojos a ella le
faltaban algunos puntos, para serlo. Rozando la genialidad en sus
dibujos y pinturas, veía la realidad de otra forma, quizá nosotros no
seamos capaces de ver las cosas de esa manera. Sentía la vida. Cuando
algunos solo nos quedamos con la imagen tosca de la realidad, ella veía
más allá.
Ni siquiera podía entender sus escritos, escapaban a su
raciocino, ella debía explicárselo, ni así captaba la idea. Estaba más
allá de su comprensión.
Y ahora a lo lejos veía todo eso y entendía
porque la había dejado, el motivo de lastimarla. Le tenía envidia.
Odiaba que tuviera esos dones y él no fuera nada.
No se había dado
cuenta de lo más importante, ella lo amaba. Lo veía tal cual es, con
virtudes y sus miles de defectos, y le amaba igual.
Pero su pecado fue más pesado en la balanza.
Ahora, años después, parejas después. Seguía pensando en ella. La veía,
sola en su mundo sin que nadie la pudiera comprender. Ella también
buscaba amor y creía encontrarlo, a veces las personas se aferran a lo
que encuentran más cercano, para luego alejarlas con más facilidad
cuando no concordamos.
En su momento no se atrevió a ir más allá,
ella con sus dos hijos necesitaban amor y él en ese momento no era capaz
de amar a nadie, ni así mismo. Hoy los ve de lejos, a veces se cruzan
en la calle, miradas mudas, que ella no le sostiene ni dos segundos.
Claro, es seguro una de las etapas más feas de su vida. Si supiera que
fue la envidia del amor, el miedo a tener familia, a sentirse amado y
necesitado. Él, que ni siquiera podía cuidar a su propia hija.
Ahora
solo escribía, y todas sus poesías y cuentos eran para ella. Cada una
de aquellas palabras tenía su nombre tatuado en el alma. Escribió
novelas y esas historias eran sus historias o lo que hubiera querido
vivir a su lado. Sus cuentos eran desgarradoras historias de soledad y
de amor.
Incluso su seguro de vida estaba a su nombre. No sabía cómo
borrar el dolor que le causó. Y todo esto no lo sabía. Ese hombre ya no
existía en su vida, no le causaba nada, ni amor, odio, nada.
Extrañaba los tés de frutilla con wafles, su sonrisa y su pelo largo
enrulado. Soñaba con ser parte de sus imágenes, tan perfectas de la
vida. El contraste y los colores que registraba apretando un botón, la
imaginaba mirando a través de ese lente y estar del otro lado sonriendo
para ella.
Y eso núnca podría ser. Se estaba quedando ciego.
Fue
hasta la plaza, para verla pasar una vez más. Y allí la vio con la
cámara en su mano, feliz de la vida, sonriendo seriamente, concentrada
con las flores, las aves y los árboles.
Se sintió bien por su
felicidad, se puso los anteojos negros de nuevo y se fue a los
tropezones hasta su casa. Se sentó en su cama a esperar que la
obscuridad llene por completo sus ojos, porque su corazón estaba lleno
de luz, la luz de los ojos de ella.
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