Limpió la casa incluso sabiendo que nadie iría, era casi como una cábala, una rogativa, para no estar solo en otra fiesta más. No era lo mismo sin su familia, por eso nada tenía sentido de lo que hacía y le importaba muy poco lo que pasara a su alrededor, ya no tenía sentimientos, no sentía nada, estaba muerto por dentro.
Mientras lavaba el piso pensaba en todos los días que pasaron, los contaba uno a uno, sabía que tarde o temprano se derrumbaría y nada ni nadie lo rescatarían, no era una suposición, era una certeza. Como cuando alguien presiente que pasará algo, él podía sentir en la piel la futura caída. Pero no tenía miedo, la tristeza quita toda sensación de supervivencia, incluido el miedo. Compro dos sidras para seguir el ritual de la mentira a si mismo, que adornaron la heladera vacía, acompañando a una caja de huevos. Siguió con la rutina de planchar ropa, ordenar la habitación con muebles vacíos y abandonados que no eran invisibles a sus ojos. Una vez que terminó pudo llorar un poco, eran lágrimas calientes que quemaban como el infierno y caían lentamente sin apuro, tenía todo el tiempo del mundo, para poder desahogarse durante toda la vida. Su mente estaba en otro lado, en otro lugar, un lugar que no le pertenecía y donde era un extraño, la soledad no le molestaba, porque siempre fue solitario, pero extrañaba, extrañaba horrores lo que más amaba y se sentía tan inútil y desamparado que solo se quedo sentado en el sillón mirando la puerta. Rogando, implorando que se abra y sus bracitos estuvieran a su alcance para poder acariciarlos. Estaba en trance, ya no veía, no oía, no sentía. Las horas pasaban sin cesar, lentas y tortuosas, en su mente atormentada pedía perdón mil veces, un millón y seguía repitiendo lo mismo. Deseó ir al infierno para poder cumplir su condena ahí directamente, pero el no creía en dioses ni demonios y solo le quedaba sufrir su condena en la tierra, en vida.
Luego de varios días, nunca se supo cuanto tiempo pasó, se levantó del sillón con su miseria a cuestas y débil por el ayuno y el dolor, se preparó una sopa instantánea. El olor de la sopa calentándose le trajo recuerdos, otros tiempos, otros olores a comida y comprendió que era el fin, que no era alguien y nunca lo sería, no tiene remedio ni cura, había sido solo una mancha en la vida de las personas, una hoja que pronto quisieron dar vuelta. Y se lo merecía.
Mientras tomaba la sopa se abre la puerta despacio y unas manitos regordetas se asoman junto con una sonrisa, en ese momento se despertó de su sueño, era solo una pesadilla atroz, pero el sudor frío le cubría el cuerpo entero, casi aterrado se tropieza con las mantas y sabanas, abre de golpe la puerta que da al comedor, jadeando por el esfuerzo y el miedo de que sea verdad el sueño. En el living comedor se veía una imagen casi sacada de un cuento de navidad, el árbol de navidad en una esquina al lado de la heladera iluminaba intermitentemente el techo y las paredes laterales con sus luces y colores, su hija jugaba tirada en el piso de goma con una infinidad de muñecos y algunos libritos con imágenes de animales, jirafas, conejos y chanchitos adornaban la portada de esos libros. Con sorpresa la mira y en ese momento se da cuenta de la presencia de su padre regalándole la sonrisa más hermosa del mundo para luego seguir con sus juguetes, su mujer preparando el almuerzo en la cocina, destapa la olla y puede ver como sale el vapor encerrado de la sopa, un olor delicioso.
-Ahhh, el dormilón se despertó, parece que te pego mal la sidrita eh –le dijo riéndose mientras lo abrazaba.
Estupefacto aún por el sueño no podía articular palabra.