viernes, 31 de diciembre de 2010

AÑO NUEVO



Limpió la casa incluso sabiendo que nadie iría, era casi como una cábala, una rogativa, para no estar solo en otra fiesta más. No era lo mismo sin su familia, por eso nada tenía sentido de lo que hacía y le importaba muy poco lo que pasara a su alrededor, ya no tenía sentimientos, no sentía nada, estaba muerto por dentro.
Mientras lavaba el piso pensaba en todos los días que pasaron, los contaba uno a uno, sabía que tarde o temprano se derrumbaría y nada ni nadie lo rescatarían, no era una suposición, era una certeza. Como cuando alguien presiente que pasará algo, él podía sentir en la piel la futura caída. Pero no tenía miedo, la tristeza quita toda sensación de supervivencia, incluido el miedo. Compro dos sidras para seguir el ritual de la mentira a si mismo, que adornaron la heladera vacía, acompañando a una caja de huevos. Siguió con la rutina de planchar ropa, ordenar la habitación con muebles vacíos y abandonados que no eran invisibles a sus ojos. Una vez que terminó pudo llorar un poco, eran lágrimas calientes que quemaban como el infierno y caían lentamente sin apuro, tenía todo el tiempo del mundo, para poder desahogarse durante toda la vida. Su mente estaba en otro lado, en otro lugar, un lugar que no le pertenecía y donde era un extraño, la soledad no le molestaba, porque siempre fue solitario, pero extrañaba, extrañaba horrores lo que más amaba y se sentía tan inútil y desamparado que solo se quedo sentado en el sillón mirando la puerta. Rogando, implorando que se abra y sus bracitos estuvieran a su alcance para poder acariciarlos. Estaba en trance, ya no veía, no oía, no sentía. Las horas pasaban sin cesar, lentas y tortuosas, en su mente atormentada pedía perdón mil veces, un millón y seguía repitiendo lo mismo. Deseó ir al infierno para poder cumplir su condena ahí directamente, pero el no creía en dioses ni demonios y solo le quedaba sufrir su condena en la tierra, en vida.
Luego de varios días, nunca se supo cuanto tiempo pasó, se levantó del sillón con su miseria a cuestas y débil por el ayuno y el dolor, se preparó una sopa instantánea. El olor de la sopa calentándose le trajo recuerdos, otros tiempos, otros olores a comida y comprendió que era el fin, que no era alguien y nunca lo sería, no tiene remedio ni cura, había sido solo una mancha en la vida de las personas, una hoja que pronto quisieron dar vuelta. Y se lo merecía.
Mientras tomaba la sopa se abre la puerta despacio y unas manitos regordetas se asoman junto con una sonrisa, en ese momento se despertó de su sueño, era solo una pesadilla atroz, pero el sudor frío le cubría el cuerpo entero, casi aterrado se tropieza con las mantas y sabanas, abre de golpe la puerta que da al comedor, jadeando por el esfuerzo y el miedo de que sea verdad el sueño. En el living comedor se veía una imagen casi sacada de un cuento de navidad, el árbol de navidad en una esquina al lado de la heladera iluminaba intermitentemente el techo y las paredes laterales con sus luces y colores, su hija jugaba tirada en el piso de goma con una infinidad de muñecos y algunos libritos con imágenes de animales, jirafas, conejos y chanchitos adornaban la portada de esos libros. Con sorpresa la mira y en ese momento se da cuenta de la presencia de su padre regalándole la sonrisa más hermosa del mundo para luego seguir con sus juguetes, su mujer preparando el almuerzo en la cocina, destapa la olla y puede ver como sale el vapor encerrado de la sopa, un olor delicioso.
-Ahhh, el dormilón se despertó, parece que te pego mal la sidrita eh –le dijo riéndose mientras lo abrazaba.
Estupefacto aún por el sueño no podía articular palabra.
-Bueno che, anda a bañarte que ya está la comida, feliz año nuevo amor.

jueves, 16 de diciembre de 2010

DESQUICIADO

El corazón le palpitaba por cada tienda de niños que pasaba, tal vez la distancia lo ponía más sensible o quizá la cantidad de meses que pasaron desde la partida. Cada juguetería le recordaba lo que ya núnca tendría y la desazón le pegó mucho más que tiempo atrás. Los días eran una tortura de lo que ya no sabía como actuar, no podía caminar, no podía salir y si lo hacía el agotamiento era tal que se arrepentía de haberse escapado del hotel.
Esquivando cientos de personas, miles de desconocidos que lo aterraban sin sentido, el solo hecho de ser más insignificante aún entre todos ellos. En el paso del tren se vió tentado muchas veces de cruzar sin mirar, pero se congregaba tanta gente que le sería imposible hacerlo sin arrastrar a varios consigo. Así que desistió de una idea tan estúpida, tendría que aprender a convivir solo con él mismo y nadie más. En estos obscuros pensamientos estaba cuando la gotera de un aire acondicionado de un 2º piso le mojó el hombro, esto hizo que se corriera a un costado mientras miraba hacia arriba para esquivar el agua. El grito de ¡cuidado! lo hizo mirar al frente y tuvo que dar un salto para esquivar a un delivery en bicicleta que habia subido a la vereda para cortar camino de contramano en la esquina. Mientras lo insultaba como corresponde mirando hacia atrás, el bastón se trabó en una rejilla de aireación del subterráneo y ya insultando a todo Buenos Aires, a su gente,  los perros que cagaban por todos lados, a los bondis y sus choferes estúpidos y nerviosos de nada, a la gente que no deja pasar (aún con bastón, silla de ruedas etc)...y lloró.
Largo y tendido lloró,no le importó que la gente lo viera así doblegado por la vida, arrodillado ante la adversidad, entregado...sería la palabra. Rompió su bastón para poder sacarlo de las rejas y buscó la boca del subte detrás de él; y sin mas ceremonia que una risa histérica y diabólica se arrojo escaleras abajo.
Mientras rodaba por los escalones (lease oso patagónico cayendo) la risa histérica que heló la sangre de la gente que lo vió y escuchó, se trasnformó en gemidos de dolor con cada escalonazo que se daba.
Al pie de la escalera se desarrollaba otra situación también riesgosa, pero ajeno a esa situación solo podía escuchar como se rompían sus huesos entre gemido y gemido, al final rebotó y fue a caer sobre un hombre joven apoyado contra una pared y sobre una chica que estaba con él.
Al despertar vió alrededor muchas luces y un hombre de bata médica que le decía -sos un héroe pibe. Lo miraba descolocado, mientras le inyectaron algo que lo hizo dormir.
En el hospital, ya completamente despierto en todo sentido, se sentía tan estúpido por lo que hizo en un arrebato de locura, calor y tristeza. En eso estaba cuando queda estupefacto al ver entrar la cámara de Crónica Tv ("junto al pueblo") y al mismísimo jefe de la ciudad porteña. Lo miraba con la boca abierta sin poder articular ni una palabra o pregunta de lo que estaba pasando.
El hombre carismático comenzó a relatar hacia la cámara de televisión como "este jóven" en un arrojo desmedido sin pensar en su propia seguridad física desarmó tirándose encima de un ladrón que había tomado como rehen a una Transeúnte y la policía intentaba negociar con el criminal. Con tan buena puntería que le rompió el bastón en la nuca y su cuerpo fue a estrellarse entre medio del rehen y el malviviente, consiguiendo con esto, incapacitar al susodicho criminal de tal forma que no pudo hacerle daño a la señorita. Por todo esto: el gobierno de la ciudad le otorga un reconocimiento, que es una placa conmemorativa de su valor y le entregamos un bastón nuevo con empuñadura de bronce como aquel que usara el General San Martín en sus últimos días. También como una muestra de afecto personal lo invitaré a comer sushi en un típico restaurant de la zona de Palermo Soho.
Saliendo de la sonrisa politicamente correcta que tenía el hombre de la ciudad, las camaras de crónica lo enfocan al muchacho y a sus lágrimas, la mujer una rubia muy conocida por sus preguntas de bajo contenido intelectual le pregunta ¿estás contento por esta mención?
-Me quiero ir a casa, es lo único que contesta una y otra vez el muchacho enyesado, mientas empieza a revolear bastonazos a todo el mundo con una risa histérica que heló la sangre de todos los presentes.


Gabriel

domingo, 12 de diciembre de 2010

CAMINITO

Los adoquines le hacían bastante difícil caminar sin tropezarse con su amigo el bastón, incondicional hasta ahora lo salvó de muchos apuros, temiendo que se transforme en una necesidad mutua, a veces se atrevía a salir sin él. Al poco rato volvía a buscarlo, en silencio y sin decir “te lo dije” el bastón se dejaba llevar feliz de poder escaparse del encierro del hotel caluroso, húmedo y barato.
Tomó el “Bondi” 152 que lo dejaba a tres cuadras de “Caminito”, luego de 27 años de no pisar esas veredas las expectativas era muy grandes. Las calles no pasaban más, una detrás de otra parecían interminables, solo las paradas y la charla de la gente lo sacaba de la monótona rutina que es dormirse en el viaje. Al llegar, el inconfundible olor del Riachuelo lo despertó del todo, ávido de emociones se bajó rápidamente y casi a los saltitos se acercó hasta el antiguo puente de hierro. Los barcos aún estaban ahí, como esperando su regreso. Poca gente debido al intenso calor del mediodía, pero tenazmente comenzó a caminar las pocas cuadras que quedaban hasta su destino. Pinturas y murales poblaban el lugar, todos se apresuraban para subir y sacarse una foto con el muñeco gigante de Maradona en el balcón de "Caminito", las gurisas y tangueras por doquier. Emocionado por demás, este caminito era parte de su niñez, parte escondida en el fondo de sus recuerdos en el corazón, mezcla de alegría y tristeza. En un momento pensó y soñó que podría haber sido otro momento, otra vida, y estar caminando por ese mágico lugar de la mano con su hija, que tambien sus primeros pasos los que marcan la vida hubieran sido en ese lugar junto a su papá. Pero ahora estaba a miles de kilómetros y solo podía hundirse alejándose junto con sus recuerdos marchitos.
Mientras masticaba la tristeza de extrañar a su hija un muchacho jóven y pequeño le corta el paso ofreciendole el confortable asiento, la buena comida y el show gratis que ofrecián los tangueros de la parrilla. Algo hizo que se quedara a charlar con el chico, al preguntar de donde era el joven se sonríe y de su billetera saca un carnet de conductor...de Puerto Madryn. La sorpresa fue tal que el vendedor de ilusiones ofreció si se quedaba la bebida gratis por ser Chubutense jeje. Oferta que no pudo rechazar. La comida exquisita, la atención excelente y la cantante de tangos...vale la pena decir que se enamoró de él...y fue correspondida. Quizá el bastón o la tristeza pintada en su cara le habrá movido alguna fibra sensible dentro de ella, porque el universo se conjugó y ese mediodía cantó solo para él. Embobado con su voz y la emoción que ponía en las letras pasó la mejor hora y seria un hermoso recuerdo más, pero este sería presente y no del pasado confuso casi sin detalles perdidos por el tiempo. Al cantarle "Garganta con Arena" del maestro Goyeneche, ya no pudo resistir las lágrimas que corrieron lentamente mientras grababa esa canción tiernamente entonada, como siempre soñó que esa canción sonaría en las calles empedradas de "Caminito". No quería irse, quería quedarse para siempre con el tiempo suspendido y congelando para siempre, pero debia volver a la realidad, al mundo "normal" donde solo había dolores, perdidas y recuerdos tristes. Había cerrado un capitulo de su niñez inconclusa y ahora podía pensar en su hija, a miles de kilómetros de distancia, pero se sentía en paz.

viernes, 10 de diciembre de 2010

CALLEJERO

La lluvia sobre la ciudad le permitió conocer a esos extraños un poco más. Cientos de paraguas aparecieron como por arte de magia, esquivando las puntas afiladas reptaba por entre la gente como una serpiente corriendo un ratón. Luego de mojarse durante varias cuadras encontró una vendedora callejera que aprovechó la oportunidad que el cielo le daba para hacer negocio con los desprevenidos transeúntes. Mas tranquilo con el techo de tela sobre su cabeza, pudo observar más cómodo a su alrededor. Las mujeres con sus sandalias de corcho esquivando los charcos de agua, aunque esto era casi inútil, los pies chorreaban agua. Los vendedores callejeros peleando con los de seguridad de los negocios para sacarlos de debajo de sus toldos, los paseadores de perros insultando su mala suerte y los mozos de los bares atiborrados de trabajo por la cantidad de gente que entró de golpe en sus trabajos.
Un pebete de jamón y queso y una gaseosa le devolvieron las ganas de seguir caminando, el bastón era su único compañero, aunque solo podía caminar pocas cuadras y con mucho esfuerzo (que lo pagaba luego con cansancio) aprovechaba esas oportunidades para grabar cada cosa que veía en su memoria. Los recuerdos de su niñez venían a su mente de a poco, como si aún estuviera dormido y escondido en algún rincón de su mente.
El mayor placer lo tuvo al encontrar el edificio en donde pasó los primero años de su vida, 25 de Mayo 277, esos números nunca se borraron de su cabeza, a veces soñaba con ver ese cartel una vez más. Pero la desilusión marcó sus ojos que se llenaron de lágrimas al ver que ya no existía “su” edificio, ahora era uno mucho más alto y enorme. Igualmente suspiró de placer y añoranza al mirar por última vez esos números mágicos que lo traían a un tiempo en donde esperaba en la escalinata a que su papá llegara.
Muy cansado estaba ya y el bastón parecía pesar veinte kilos, la cintura era un solo dolor ni hablar de la pierna, la arrastraba tanto que temía en cualquier momento alguna caída, se apoyó contra una pared que le daba resguardo de la lluvia y la gente, decidió retornar al hotel cuando un alma caritativa le puso unos billetes en la mano, “cómprese algo calentito” –le dijo la señora sonriendo.

jueves, 9 de diciembre de 2010

TURMALINA (calle Lavalle)

El ruido lo aturdía, no había donde escapar de los bocinazos atroces de los taxistas, desesperado buscaba un refugio, algo en donde pudiera recobrar los sentidos. Miraba a todos lados y solo veía gente corriendo o caminando apurada, cruzando semáforos en rojo, apresurados de la vida, la corta vida y patética vida que viven. Una sonrisa se asoma tímidamente de entre esos muertos vivos casi como una flor en el desierto que es un indicio de la humedad de un oasis. Una mujer joven muy bella, mezcla de oriental y criollo, con unos ojos grises que atolondraron su corazón le indicaron que pase por su tienda. “Turmalina” se leía en la entrada, era como una casita de cuentos, todo de vidrio, se podía observar todo el local de una sola mirada y por todos los rincones había piedras, rocas, cristal de roca, fuentes de agua en miniatura. Todo lo que tenga que ver con lo esotérico en piedras y gemas ahí estaban, esperando ansiosas que alguien se las llevara. La tienda la atendía una dama (mucho mas que señora a mi entender) de unos cincuenta años y todavía se podían leer en sus rasgos que fue una mujer muy hermosa de joven, que dejo una languida belleza a su edad.
Al entrar me saluda con una sonrisa encantadora (por demás encantado ya con la joven que lo atrajo con sus ojos) y me invita a recorrer el lugar, recorrer era un decir, girar sobre uno mismo ya era recorrer el lugar de lo pequeño que era, eso sí eran interminables las miradas a los variados y decorados objetos y las piedras mas simples dejadas como al descuido eran las mas bellas y atrayentes.
Al pasar por debajo de unos atrapasueños un colgante con piedras delgadas y pulidas asemejando ojos se desploma al suelo con el característico ruido a cristal (del bueno) roto. Mi estupor duró un segundo al darme vuelta y ver si al pasar lo había tocado apenas motivando su fatal caída. Un suspiro de alivio al ver que se “cayó solo” recorrió mi cuerpo, la dama de las gemas me sonríe nuevamente diciéndome “no es nada, no pasó nada”. Al elegir unas piedras del signo de mi hija, le digo en modo de disculpa “serán mis tumores que están quitando lo positivo por donde paso jaja”. La mirada que me dedicó casi me hizo retroceder unos pasos, sus ojos se tornaron verdes, hubiera jurado que esta digna mujer tenía ojos grises como la hija cuando entre en su tienda. Se interesó saber de donde era y que tipo de tumores sufría etc. y me preguntó si tenía fotos de mi hija -¡claro que tengo! Le contesté y le mostré la foto que llevo en el celular. Su cara se trastocó. Como si se rompiera algo en su mirada, buscó entre sus cuencos del piso llenos de piedritas y me dio dos hermosas piedras, una verde y otra negra, me las regaló junto con las piedras de mi hija. Al saludarla y desearles lo mejor a las dos bellas mujeres de las gemas, juro que tenia ojos grises cuando me despedí prometiendo volver a pasar alguna vez por ahí con mi hija.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

CAMINANDO

Con un suspiro tomó su bastón y comenzó a recorrer las calles cercanas, de a poco se llenó de coraje para hacer trayectos más largos. De noche en el hotel dormía mas de 8 hs seguidas, del cansancio que tenía, pero estaba felíz. 27 años tardó en volver a su infancia, las calles le resultaban familiares, veía las caras de las personas que pasaban rapidamente a su lado sin mirarlo y se preguntaba si en ese mar de gente habría algún amigo de la infancia, quiza una prima o hasta su propio padre. Núnca más volvió a capital , pero la Patagonia era ya su casa, su lugar en el mundo. Del cual le costaba horrorres desprenderse.

La gente sigue pasando a su lado, caminan rápido, como si su vida dependiera de eso, histéricos y enojados con la vida que llevan. Ellos no se imaginaban la cantidad de imagenes que cruzaban por su mente, lagos y ríos. La soledad del bosque y el silencio de la montaña. Jamás en sus vidas podrían en su mente imaginarse todo eso, pues ya no tienen imaginación. Hace mucho tiempo sucumbieron al ruido y la vorágine de la ciudad, esa ciudad que destruye los sentidos, los adormece a tal punto que no son capaces de articular un "buen día" al establecer alguna venta comercial callejera.

Mientras miraba a un hombre que en la calle lavalle voceaba..."llegaron las robóticas para leeeer", un mensaje de texto del sur, entró en su celular y la frescura de su ciudad se apoderó de su cuerpo y su corazón, era unas simples palabras, palabras desconocidas para el resto de la gente que seguía pasando y esquivandolo maravillosamente sin tocarlo, palabras que no existen en el vocabulario porteño, pero para él era todo lo que simplificaba el amor de su gente y conocidos.

-¿seguís en bs As? ¿estás bien?

Esas palabras de sus amigos le daban fuerzas para soportar los 15 días que deberia esperar los resultados de sus tumores, la vida sigue, solo hay que darle batalla.

Tomó nuevamente su bastón y con un suspiro mucho más largo y con pasos más cortos por el dolor y el cansancio, se encaminó hacia Plaza Roma, la plaza de su infancia.



Gabriel

viernes, 24 de septiembre de 2010

MONTAÑA



Al despertarse en la obscuridad, se dio cuenta enseguida en donde se encontraba y recordó el ruido atronador que asoló la montaña. Enterrado en la nieve sin poder ver la luz del día. La desesperación ganó su mente y su cuerpo unos instantes. Intentó inútilmente escarbar en la dura pared que lo rodeaba, intentos en vano ya que la nieve tenía una altura de metros por encima de él. Buscó en su campera el encendedor que siempre llevaba por seguridad, iluminando el lugar pudo comprobar su situación. Al apagar la luz para ahorrar el gas, caviló mucho sobre que haría y si tenía posibilidades de salir con vida. Sabía que el abatimiento era el fin del montañista, todos sabían eso.
Días atrás comenzó el ascenso al cerro maravillado por la naturaleza que encontraba a su paso, animales salvajes y aves de la zona nunca antes vista por él. El sol comenzaba a calentar mientras caminaba el sendero poco transitado, quería ver algo inhóspito y crudo, sin haber sido antes observado por algún humano. Quizá este fue el error que cometió, inexperto en esos lugares sin conocerlos más que por un mapa satelital indicando montañas y cerros. El sendero se iba estrechando cada vez más, donde ya tuvo que abrirse paso por los cañaverales a punta de machete. Las nubes comenzaron a cubrir lentamente el cielo, sospechando lo que indicaban esas nubes, se preparó para una tormenta rápida, esa que temen tanto los que escalan montañas. Una nevada intensa lo cubrió en pocos minutos, buscaba cegado por los copos intensos un lugar donde guarecerse ya que no podía construir un refugio en tan poco tiempo y sin poder ver más allá de unos metros. De pronto chocó contra una roca, dándole la vuelta rogando que del otro lado hubiera una cueva para protegerse, escucha un ruido. Al mirar hacia arriba ve como en cámara lenta, una pared de hielo se desprende de la montaña arrastrando todo a su paso. Unos segundos eternos duró el momento, cerró los ojos esperando el golpe de la nieve acumulada y los árboles que se desprendieron a su paso. La ráfaga de viento llego primero arrancándole el casco y los anteojos de sol, la nieve lo revolcó cientos de veces y él esperaba el chasquido que indicara algún hueso roto por el ímpetu del golpe. Al perder el conocimiento su último pensamiento fue para su hija de un año que lo esperaba ansiosa en la cabaña de sus correrías en la montaña. Siempre le llevaba algún recuerdo de los lugares que visitaban, al cual ella degustaba enormemente jugando olvidándose del mundo. A veces la veía por la ventana espiando, como si esperara su vuelta. Eso lo enternecía aún más de lo que ya la amaba, por ser su hija y la luz de sus ojos.
No permitía dormirse, la somnolencia lo atontaba y le impedía pensar correctamente, lo primero al quedarse solo en la montaña y perdido era no dormir, de eso no se despertaba más. Casi congelado se frotaba las manos y los pies, eso le decía que ya tenía principio de hipotermia, mal que ataca rápidamente. Ya sin saber que hacer e intuyendo cual sería el final de su viaje, busco entre sus ropas el cuaderno de viaje que usaba para plasmar todo lo que veía y sentía en sus salidas, y comenzó a escribir.

Amor mío: lamento que sean nuestras últimas palabras y que solo salgan de mi mano, en vano este viaje hemos realizado, todo lo que tanto añoré y busqué solo lo he vivido a tu lado. Quisiera que esto fuera de otra forma, no tengo forma de despedirme, solo quiero que me recuerdes con cada momento hermoso que pasamos, dejando de lado algunas tristezas y soledades al dejarlas de lado por una montaña lejana e inaccesible, solo quiero que sepas que todo lo que hice, lo hice por ustedes que fueron lo mejor que viví. Siempre fueron ese sendero que me llevaron a la luz del atardecer, hermoso y rojizo. Gracias amor por quererme más allá de todo y cuidarme.

Hija mía de alma: largo es el camino que deberás recorrer para leer estas palabras, pero se que tu madre te leerá esta carta muchas veces hasta que puedas hacerlo sola. El calor que tengo en el pecho es lo que siempre me abrigó por las noches al verte dormir. Nunca necesité tanto tener a una persona al lado mío y siempre fuiste tú. Porque me iluminaste todo este camino con tu sonrisa, cada vez que subía una montaña hasta su cumbre era solo para poder gritar tu nombre, ese que te di yo y te identifica conmigo, como tu papá. Miles de besos y abrazos te dí, solo para que crezcas amada y contenida. Y muchos besos más te esperan aún en tu vida, solo te pido que cada vez que mires el horizonte, puedas ver la sinuosidad hermosa y casi perfecta del bosque a la sombra de un risco. Es inevitable que sientas mi presencia en ese momento ya que estaré a cada momento y paso que des, ayudándote a encontrar tu propio camino de la mano de los que te amamos.

Te amo, papá.

Al terminar de escribir, guardó muy bien las cartas en su pecho, cerca del corazón y se durmió, soñó con risas y caricias de manos pequeñas antes de morir.



Gabriel
24/09/10

miércoles, 22 de septiembre de 2010

CONDOR

Esquivaba las piedras acelerando su moto, el camino de ripio cambiaba diariamente por el paso de los camiones y autos que transitaban por ahí. Siempre había algo para ver, patos silvestres retozando en el agua que se formaba por las lluvias entre los alambrados de los campos. Lo que más le impresionó una vez fue ver 3 cóndores que a baja altura daban vueltas en busca de comida. Indicio que en las condoreras ya no había que cazar. Embelezado con el paisaje, montañas nevadas y el bosque verde que quitaba el aliento al verlos imponentes. Las lagunas que cruzaba para poder llegar a su trabajo reflejaban el sol del mediodía. Un día normal camino a la escuela rural del Percy, maravillado por la naturaleza no podía creer todo lo que veía. Y cuando contaba a sus amigos el viaje de 12 kms que hacía para ir a trabajar no podían creerle la suerte que tenía, pero le lo sabía y ansiaba que nunca se acabe. Absorto estaba en esto pensamientos cuando se cruzo una liebre que no había visto al costado de la ruta. El reflejo de esquivarla sin mirar el ripio amontonado fuera de la huella que seguía la rueda de la moto hizo que perdiera la estabilidad. Fue un instante nomás, el que llevó a la caída fatal. Tiritando por el shock de las fracturas y los golpes pensaba cuanto tiempo pasaría antes que alguien lo encuentre en ese lugar recóndito y perdido en el tiempo. Mientras los últimos momentos de su vida se iban escurriendo en su mente, miro al cielo y la imagen de un Cóndor entre las nubes fue lo último que vio.

CELOS

Miraba sus manos, antes eran fuertes y ágiles, suaves y tiernos para acariciar. Todo eso había pasado ya. Tan solo unos minutos más y su destino sería sellado en la cámara. Un momento de locura e inconsciencia le llevó a realizar el acto más atroz cometido por el ser humano, quitarle la vida a otra persona. Mientras cavilaba todo esto y rememoraba una y otra vez el acto aberrante, los guardias se iban acercando hasta el por ese pasillo corto y angosto. El plato con la comida aún sin degustar, los uniformados lo miraban por entre medio de los barrotes, como indicándole con la mirada que coma, que otra cosa ya no le quedaba hacer. Con lentitud comenzó a cortar la carne, la pidió de la misma forma que ella se la preparaba, condimentada y con una salsa picante que necesitaba de litros de agua para aplacar la picazón. Las lágrimas en sus ojos no eran por la comida picante, recordaba su amor, su mujer que era su amiga y amante. Doce años de casados, maravillosos años dorados, paseos y viajes que quedaron imborrables en su mente. Noches y noches de amor suave y fogoso, jadeantes y transpirados rogaban que su amor no terminara nunca. Pero esto quedo atrás el mismo día que encontró a su mujer en la cama con otro hombre, al verlos gimiendo de placer en la misma cama donde el la hacía gozar fue demasiado para él. Mordiéndose el puño de la mano para no gritar de dolor y odio, su furia fue tan grande que la sangre comenzó a correr por entre los dedos. Ciego de celos corrió hasta el armario en donde estaba su escopeta, los cartuchos se deslizaron con un chasquido y mientras volvía a subir las escaleras escuchaba el placer final al que llegaba ella. Sus ojos se achicaron de odio, frío y mortal. El hombre aún estaba encima de ella cuando recibió el escopetazo en plena espalda. Un grito largo de horror salió de la garganta de su esposa. Al mirarlo a los ojos supo lo que le esperaba, su muerte sería lenta y dolorosa. Y así fue, le llevó dos días completos la sesión de tortura a la que la sometió. Transformó su amor en odio total y obscuro. Cuando se canso de las suplicas de ella, le arranco la lengua con una tenaza, tal así era el odio que sentía por ella. Todo su amor incondicional, se transformó en el peor y más bajo odio hacia la mujer de su vida. Cuando la estrangulo con las manos, que días antes la habían acariciado de madrugada mientras dormía y suspiraba de amor y placer, lloró por haber perdido todo lo que le llevo tanto tiempo tener y construir. Entre sollozos y gemidos guturales llamó a la policía.
Los guardias le explicaron como sería, si quería que todo terminara rápido solo debía inspirar profundamente apenas el acido hiciera contacto con el agua. Mientras ajustaban las correas de sus brazos y piernas, un cura le explicaba que si se arrepentía no iría al infierno, que Dios lo llevaría a su paraíso perdonándoles sus pecados. La mirada de odio hacia el cura le mostró que se cagaba en Dios y su paraíso.
El gas comenzó a salir debajo de sus pies, aguantó la respiración hasta que no pudo más, exhaló todo el aire contenido y tomo el gas en una sola inspiración profunda. Se miró una vez más las manos con las que acarició dulcemente a su mujer durante doce años, en ese preciso instante murió.




Gabriel
22/09/10

viernes, 27 de agosto de 2010

UN BUEN COMIENZO



Se vistió rápido, un mensaje de texto por demás elocuente la sumió en una angustia total por el encuentro. Pensaba que porque no fue mas tiempo al gimnasio, debería haber dejado las facturas, pero eran tan ricas y llenaban su mente y su cuerpo ya que no podía complementarlo de otra forma como hubiera querido. Noches soñando ese momento que en su cabeza daba vueltas y no la dejaba dormir. Quiso quitarlo de su vida pero no pudo, vivió miles de historias, pero nunca como esa, los otros solo fueron sexo para pasar el rato e intentar arrancarlo de su corazón. Pero todo fue en vano, una y otra vez rememoraba sus encuentros y comparaba, hubiera cambiado muchas horas con otros hombres por solo una sonrisa de él. Pero el momento había llegado. Luego de bañarse a las apuradas y depilarse completa, acariciaba su cuerpo presintiendo lo que iba a suceder, sus manos sobre ella. La suavidad de su piel en llamas por las caricias prometidas durante años, serían reales ahora. Al mirarse al espejo para maquillarse pudo observar las ojeras por no haber dormido durante noches a la expectativa de su llegada. Se sonrío y las arrugas de sus ojos le devolvieron la cordura, maquillarse como una cualquiera no era la solución. Solo un poco de rouge rojo furioso, como para que mire sus labios y no los surquitos de la frente. Era una mujer pisando los cincuenta. Y se sabía hermosa, pero la soledad la atrapo hace años, de la cual no pudo escapar. Miles de veces soñó como besaría o que haría con otras mujeres en la cama. Y eso la ponía celosa, era de ella y nadie más, pero la distancia era cruel y se desquitaba estando con otros, haciéndolos sufrir por su soledad, usándolos, haciéndolos descartables. Meros cuerpos en su cama. Pero cada vez que lo hizo su pensamiento era con él, imaginando que era su hombre el que la poseía, la que la hacía suspirar de placer en cada momento. Cientos de veces besada, pero los labios eran otros, era él.
Luego de ponerse un vestido de gasa transparente que quitaba la respiración, pensó que con ese vestido era inevitable que se entregaba. Pero eso lo hizo el mismo momento que lo conoció. Un escote que dejaba a la luz más de lo que cualquiera hubiera dejado ver, ni un asomo de vergüenza sintió. La ropa interior quedó guardada en el cajón, no hacía falta más, con eso era suficiente para demostrarle todo lo que sentía y deseaba. El ruido de un auto le cortó el aliento, por un momento quedó helada, más allá de la razón, temblando se acerca a la ventana y lo ve con su teléfono, al instante entra un mensaje. El rubor subió a su cara y se quedó allí un buen rato, era como un ocaso en el mar lo que sentía. Luego de acomodar sus pechos que se escapaban del escote y mirarse en el espejo para ver su silueta desnuda a través del vestido, toma sus llaves y abre la puerta. Un hombre joven de unos cuarenta años esperando con un ramo de rosas ante ella. Sus ojos verdes brillantes la dejaron muda, su bronceado hablaba de muchas horas al aire libre. Solo se escuchó un suspiro largo que salió de los labios de ella. Se miraron mucho tiempo, años después recordando, creyó que duró horas esa mirada de reconocimiento. No hablaron, el momento era más profundo que cualquier palabra que pudieran decir. El no la quiso mirar, la desnudez del vestido era insoportablemente deliciosa. Al subirse al auto se da cuenta que no encendió las luces de la casa, era tarde y volvería más tarde aún. Al entrar en su casa una sonrisa iluminaba su cara y su alma, este era el hombre que tanto esperó por años que apareciera en su vida. Y lloró, las lágrimas de emoción caían abundantes y lentamente, hacía años que no lloraba así. Durante diez minutos interminables dio rienda suelta del llanto. Sabiendo que se impacientaría por la espera, fue al baño y se lavó la cara, se quitó el vestido y se puso un pantalón y una remera. Tenían mucho tiempo para hacer el amor en su casa o en su hotel. Pero este momento era de ella y no de su cuerpo. Las arrugas se marcaron más con su sonrisa al salir de la casa. El la esperaba apoyado en su auto mirando como obscurecía el cielo. Todo era perfecto, se tomaron de la mano y fueron caminando hacia la playa. Era un buen comienzo.



Gabriel
27/08/10

viernes, 13 de agosto de 2010

LUNA LLENA

El sol iba escondiéndose en la montaña y las aguas se iban aquietando. Un niño temblaba de frío entre las rocas muy cerca de la orilla del lago. Días atrás acampaba con su familia en el bosque, cerca de un despeñadero. Felices transcurrían los juegos con su hermana mientras sus padres tomaban sol o paseaban entre los árboles. Hasta que llego el día fatal.
Decidieron ir temprano de compras a la ciudad, un poco de harina para el pan de la noche y frutas frescas para el día. El padre pensaba en el asado que haría a la noche relamiéndose de antemano. Pensando en estas cosas al arrancar el auto no comprobó primero el estado del terreno, estaban al borde del abismo, demasiado cerca. Al quitar el freno de mano el auto se mece suavemente hacia atrás, el hombre acelera para poder salir pero no contaba con el rocío matutino. No eran gente acostumbrada a la naturaleza, eran personas de ciudad. Un golpe de adrenalina al cuerpo le da milésimas de segundo para responder a lo que estaba sucediendo y cometió el error más grande que podría hacer, aceleró a fondo. Patinando ya en el barro el auto fue tomando cada vez más impulso hacia atrás. Mujer y marido se miraron un instante, sabiendo que no había como escapar. Mientras caían por el acantilado pensaban en sus hijos y en la forma estúpida que los mataron.
El niño de diez años abrazó con fuerza a su hermanita de ocho acariciándole con ternura el pelo, para que no pudiera ver como caían. En esos cinco segundos eternos que tardaron en caer, cruzó una mirada con su padre. Los ojos llenos de pavor y culpa.
El golpe no fue fuerte, pero si ruidoso. Se pudo escuchar un eco retumbar por todo el lago, los pocos pescadores que había en la zona declararon luego al comisario que no prestaron importancia al ruido, pensaron que fue algún pino o ciprés viejo que se vino abajo. No era la primera vez que sucedía esto. La lejanía del paraje hizo que la búsqueda de los turistas tardara un mes en comenzar.
Ya era otra noche más que el niño estaba ahí. Perdió la cuenta cuantos días habían pasado del accidente. Pero el hambre y el dolor de sus heridas no le preocupaban. Tenía miedo de pasar una noche más solo. Los animales carroñeros dieron cuenta enseguida de su familia mientras el observaba sin poder hacer algo al respecto. Los buitres de la zona daban vueltas en lo alto, macabros pensamientos tendría el niño que se ponía pálido al escuchar ruido de aleteos. No podía soportar una noche más, a la espera que los animales lo coman vivo.
Con mucho dolor, comenzó a moverse y arrastrarse en dirección al lago, luego de varias horas y casi sin fuerzas por las fracturas y la pérdida de sangre pudo llegar y tomar unos sorbos de agua fresca que calmaron su sed y aclararon su mente. La noche había llegado hace rato mientras el descansaba. Con un último esfuerzo se fue internando en el agua mientras la luna llena comenzaba a iluminar y desaparecía el niño en la profundidad del lago.


Gabriel